Dos décadas de singladura han expuesto a Berri Txarrak a innumerables escollos. De hecho, se han hecho célebres entre muchos no aficionados a la música por estar permanentemente amenazados por la censura (sí, eso que oficialmente desapareció hace décadas). Pero todo este tiempo también les ha permitido convertirse en una de las bandas más populares del metal estatal. El año pasado se plantearon que su octavo trabajo podría servir como repaso a esta trayectoria, y ahí es donde nace “Denbora Da Poligrafo Bakarra” (“El tiempo es el único polígrafo”): un álbum triple en el que cada disco se centra en uno de los vértices del sonido del trío. Así, “Sutxakurrak” (“Fuegos fatuos”), grabado bajo la dirección de Ross Robinson, explora la faceta más metálica; “Helduleku Guztiak” (“Todos los asideros”), que cuenta con Ricky Falkner de Standstill como productor, y ahonda en las melodías power pop; y “Xake-Mate Kultural Bat” (“Un jaque mate cultural”), en el que Bill Stevenson de Descendents saca brillo al lado punk rock del trío.
En total DDPB contiene veinte canciones, una por cada año de vida del grupo. Es mucho tiempo, aunque en las letras no se aprecia que les pese la nostalgia. Sus habituales reflexiones sobre las luces y sobre todo las sombras de la condición humana en ocasiones sirven para hacer balance de su carrera (“qué decir de esta época oscura/que no lo hayan dicho ya los cartones y el cansancio/por dónde empezar a cavar el túnel/con estas canciones que nacieron romas como cucharas”, cantan en “Etsia”), pero están ancladas a la realidad más inmediata en sus alusiones a dramas como el de los que intentan saltar la valla de Melilla, la situación de Palestina o la epidemia de desahucios.
El disco supone un nuevo reto para estos lekunberritarras, una banda que siempre se ha negado a acomodarse y que no se asusta al aventurarse en territorios que evitan la mayoría de grupos estatales de tiza para públicos mayoritarios. Como de costumbre, muchos fans han quedado descontentos con los momentos menos ortodoxos del álbum. Sin embargo, entre lo que más gratamente me ha sorprendido en DDPB se encuentran salidas de tono como “Bigarren Izala” o “Lemak, Aingurak”, con estribillos pegadizos que bien podrían haber firmado Weezer o incluso Airbag, y que sirven de contrapunto a los cortes más rudos, como la furiosa “Alegia” o la frenética “Hemen sukaldarien herrian”.
Tiene mucho mérito que DDPB no suene como un Frankenstein y que tampoco presente ningún momento descartable. Sin embargo, el conjunto se queda un poco por debajo de grandes discos de la banda como “Libre©”, “Jaio Musika Hil” o “Haria”. Así que, aunque el minutaje tampoco es excesivo (cada disco de DDPB es más bien un EP, así que en total los tres no ocupan más que lo que entraría apurando el espacio de un único CD), quizás un poco más de concreción hubiera ayudado a elevar la media del álbum. Pero, claro, eso supondría renunciar al reto de firmar un disco con tres caras casi opuestas pero aun así coherentes entre sí. Supondría conformarse a sacar “otro disco más”, con lo que se perdería el espíritu inconformista de un grupo que siempre ha renunciado a moverse por inercia.
Porque sus discos seguirán siendo mejores o no tan mejores, pero el día en que Berri Txarrak se limiten a ofrecer lo que se espera de ellos dejarán de ser algo sustancial e imprescindible para convertirse en “fuegos fatuos”, una imagen que se repite a lo largo de todo DDPB. Y también dejarán de ofrecer argumentos con los que echar por tierra tantas absurdas acusaciones que les lanzan desde las oscuras cavernas de la intolerancia. Porque, como cantan en “Xake-Mate Cultural Bat”, “hacerle frente al desprecio/siempre fuimos los mejores en eso”.
Comentario por David Boring
Fotografía por BERRI TXARRAK