Últimamente prefiero los festivales pequeños a los gigantescos. Cuando el presupuesto es pequeño sabes que detrás tiene que haber un puñado de gente empujando a golpe de corazón, y he aprendido que escuchando a esa gente puedes descubrir joyas que pasarían desapercibidas en otro contexto. En los festis grandes, los nombres pequeños quedan sepultados, en los festis pequeños los nombres pequeños son los protagonistas. En este momento histórico con miles de bandas cojonudas al alcance de la mano, te puedes encontrar con el concierto del año donde menos te lo esperes.
Cuento todo esto porque aunque Siena Root es una formación con una larga trayectoria e incluso se les puede considerar pioneros de la onda retro, pasan bastante de tapadillo para el gran público. Nosotros nos fijamos en ellos gracias a que nuestros amigos del Vidiago pusieron en ellos su punto de mira el pasado 2018.
Os pongo al día; Esta peña se junta en Estocolmo a finales de los noventa y publican su primer álbum en vinilo en el año 2004, cuando el formato estaba en uno de sus picos más bajos y tantísima gente le daba por perdido para siempre. A día de hoy juntan una decena de lanzamientos, incluyendo directos. El núcleo duro está formado por Sam Riffer como bajista, Love Forsberg a la batería y Matte Gustavsson a la guitarra junto a Erik Petersson en el órgano, aunque como pudimos ver el pasado verano este miembro debe unirse o no a la banda dependiendo del concierto. Y es que la principal característica de esta banda es esta, el espíritu sesentero / setentero de Jam Band, que ha conseguido que otro cuarto de centenar de músicos (en gran parte cantantes) participe con ellos en sus diferentes mutaciones. Así pues con Siena Root no sólo cada disco es único, si no que cada gira y cada interpretación en directo puede dar un nuevo sentido a cada una de las composiciones.
Con toda esta pequeña introducción creo que ya puedes tener una idea bastante clara de lo que puedes encontrar en A Dream of Lasting Peace, pero ante la posible sospecha diré que Siena no son de los que suenan a refrito de otra época, sino de los que llevan esas décadas corriéndoles por las venas de tal manera que parece imposible pensar que no estemos ante algún extraño truco del espacio tiempo y hayan cruzado alguna puerta dimensional para reorientar el camino del rock hacia la pureza de los inicios. El conjunto es sencillamente impecable, medidas improvisaciones de guitarra bajo y batería, la voz de Samuel Björö encajando como un guante y sobre todo las evoluciones del órgano que llevan al álbum a un nivel sobresaliente.
Cuando les vimos en directo nos enteramos de que Samuel había abandonado la banda al poco de editarse este disco, y para colmo se presentaron sin teclista, pero contra todo pronóstico dieron un bolazo. Un bolazo de otra banda, un bolazo que no esperábamos, pero un bolazo de puta madre. Y es curioso, porque hay una enseñanza de vida en su forma de entender la música, puede uno pasarse el tiempo lamentándose por lo que no tiene, o por lo que ha perdido, o seguir adelante y afrontarlo según viene para hacer de cada momento algo irrepetible.