Han tenido que ser difíciles de cojones, imagínate, las últimas dos décadas para los hermanos DeLeo y Eric Kretz. Después de tocar el cielo con las manos y conocer el éxito mundial siendo englobados en la corriente Grunge (aunque eran de San Diego), empezaron su verdadero descenso a los infiernos a partir del tercer disco. Siempre han mantenido, a mi parecer, un buen nivel en sus álbumes; nunca han presentado un trabajo desastroso, aunque tampoco volvieron a firmar una obra maestra. Scott Weiland siempre fue un gran cantante, como demostró tanto en STP como en Velvet Revolver, Art of Anarchy o su carrera en solitario. Supongo que para el resto del grupo debió ser un sufrimiento ver cómo año a año se dirigía de cabeza contra el muro que acabó con su vida en 2015. Aunque la reunión de 2008 y el posterior álbum parecían dar esperanzas de una segunda etapa madura e interesante, todos los intentos de mantener a la banda junta fueron en vano, y todo terminó en 2013 con Weiland fuera de la banda y litigando por el uso del nombre contra los hermanos.
STP intentaron rearmarse con Chester Bennington con quien grabaron un par de singles, antes de que dejase la banda para dedicarse de nuevo plenamente a Linkin Park (hasta su suicidio en 2017). Mientras tanto convocaron una audición mundial, internet mediante, y contactaron con Jeff Gutt, que había tenido una banda de Nu Metal llamada Dry Cell, y luego adquirió cierta fama participando en un par de ediciones del concurso X-Factor.
Me habréis oído decir alguna vez que pienso que cuando una banda saca un disco homónimo puede significar que creen que en ese disco está la base de su sonido. Algo así como decir… “Esto somos”. En el caso de Stone Temple Pilots, y con este segundo disco sin título podría interpretarse como “Seguimos siendo nosotros”. En 2018 STP suenan a STP. Cualquiera de estas canciones aguanta el tipo en una escucha random de su discografía, y sin embargo… no está Weiland. No se puede luchar contra lo inevitable, en los años de parón los DeLeo montaron una banda llamada Army of Anyone con el cantante de Filter y Ray Luthier (Dave Lee Roth, luego Korn) a la batería y no se comieron un rosco. Lo mismo sucedió en el 97 cuando lanzaron Talk Show, mientras Weiland preparaba 12 Bar Blues y lidiaba con sus problemas con las drogas. Cualquiera de esas canciones hubieran corrido mucha mejor suerte si se hubiesen lanzado bajo el nombre de Stone Temple Pilots.
A veces pienso que lo más acertado es lo que hicieron Rage Against the Machine al continuar con nueva banda y otro repertorio tras la salida de Zack de la Rocha, pero no todo el mundo consigue tener un segundo (y un tercer en el caso de estos) grupo de éxito, y si la otra opción pasa por salir de los grandes circuitos y volver a ser una banda a la que nadie hace caso… ¿Tú que harías? Supongo que seguir disfrutando del gran público es un caramelo demasiado apetecible como para resistirse a saborearlo. Así que sí. Jeff Gutt es un sustituto. Es más que probable que nunca consiga el magnetismo de Weiland, pero también es probable que si siguen juntos adelante vayan pariendo discos muy sólidos, como está sucediendo con la segunda etapa de Alice in Chains. Este disco no está entre lo más brillante que han compuesto, pero sirve como primera piedra para comenzar de nuevo. Sólo se vive una vez, y es lógico que utilicen su propio trampolín para seguir haciendo música y tener unos cuantos oídos dispuestos a prestarles unos minutos de atención.
Oskar Sánchez