Descubrí a Los Estanques en un concierto en el jardín del Museo de Arte Moderno de Santander, antigua Biblioteca Municipal Menéndez Pelayo. Ya me habían hablado de sus bondades y siempre pensé que exageraban, aunque en aquella ocasión recuerdo tener la sensación de que los halagos a la banda se quedaban cortos. Al finalizar el concierto me precipité a conocerles y comprarles su disco; en aquella ocasión sólo tenían disponible en vinilo (hace años que no compro un CD) el single con los temas “Sentado al sol” y “Cuántos valles” que fue durante varias semanas lo que más sonó en mi tocadiscos. Increíble que un disco grabado en 2016 sonara tan añejo, con un timbre tan conseguido, al margen de la gran calidad compositiva e instrumental que mostraban esas dos canciones. Las buenas sensaciones se mantuvieron en su disco “II” de 2017 y en este homónimo se superan.
Desde el comienzo con un ejercicio virtuoso que crece en tempo e intensidad (“Ahora”) hasta la suite final, el disco muestra influencias de progresivo y psicodelia setentera e incluso se atreve con ritmos más funk (“Desde ahora hasta el final”), pasajes más tranquilos y bucólicos en la tradición del progresivo italiano más preciosista (“Vincenzo ill caminante”, “Mientras tanto…”), hasta temas más duros con pesados y enrevesados riffs de guitarra (“Joder”, “Ahora el tiempo te sobra”). El virtuosismo instrumental, la obsesión con los detalles y el respeto a las influencias marcan cada surco de esta sensacional obra, en la que por momentos se escuchan ecos de Robert Wyatt, Steve Hillage, Frank Zappa, Il Balletto di Bronzo, Gong, Hatfield and the north, Banco del Mutuo Soccorso, Area o Los Canarios. Prácticamente la totalidad del mérito es de ese extraordinario músico que es Iñigo Bregel, y es que Los Estanques se puede considerar una “one man band” en la que Bregel compone, toca y produce todo, recurriendo a colaboraciones puntuales en guitarra, percusión, voces y vientos, aunque en directo cuente con el apoyo de una banda permanente compuesta por Fernando Bolado (bajo), Andrea Conti (batería) y Germán Herrero (guitarra), encargándose él de los teclados y las voces principales.
“III” es un extraño y agradecidísimo ejercicio de psicodelia y progresivo propio de la década de 1970 en pleno siglo XXI que se nutre diversas influencias seleccionadas con un exquisito criterio y que, de alguna manera, transmite la sensación de ser más indie que cualquier grupo indie, más virtuoso que cualquier grupo de metal progresivo, más salvaje que cualquier banda de punk y más trendy que cualquier banda de moda en los 40 principales. Imprescindible.
José Antonio Serrano