Si no conoces el Barrio Covadonga te vas a perder gran parte de este disco. Aunque seguro que, vivas donde vivas, tienes una Katanga cerca, un barrio humilde y obrero, que las pasó bien putas en los setenta y los ochenta, con sus historias de drogas y delincuencia, y con sus historias de gente que día a día se partía la espalda a currar para sacar a sus familias adelante, como en todos los lugares humildes. Un barrio que supo organizarse y luchar contra la especulación, consiguiendo dejar de ser sólo un sitio olvidado en el que aparcar a los trabajadores, con asociaciones vecinales que lucharon por conseguir lugares peatonales, plazas, actividades culturales, la recuperación de la Viesca y en definitiva una vida digna.
A los grupos, como a los barrios, se les coge cariño cuando se les conoce de cerca, y a veces cuando uno encuentra gente honesta, todo lo demás da igual.
Toño y Ángel se ganaron el respeto guitarra en mano, rumbeando en cada esquina, y levantando los conciertos uno a uno, con un entusiasmo y un arrojo que arrastró de manera imparable a todo el que se puso en su camino. Poco a poco se convirtieron en banda, y avanzaron hacia un sonido más potente, igual de gitano pero más rockero.
El disco es tan rotundo que convence incluso a quienes el estilo no le toca ni de refilón, lo bien hecho bien parece. Pero sin duda la verdadera esencia sigue en el directo, al que se aferran con dientes y uñas, incluso ahora en esta situación tan rara e incluso tras el abandono de Ángel, un golpe muy duro del que sin embargo parecen estar saliendo con mucha entereza.
Leí una vez en una taza de Mr. Wonderful que si crees en ti mismo saldrás adelante. Una mierda de consejo. Eso sí, si no crees en ti mismo tienes aun menos posibilidades. El brillo en los ojos de Toño cuando canta es una chispa que provoca incendios. Les pasan historias increibles, como eso de Raimundo Amador, que tiene más gracia cuando él lo cuenta. No se donde llegarán, pero se merecen todo. Sirva Narcovadonga como prueba.