La historia de Sólstafir comienza a mediados de los 90s en la lejana Reykjavik, cuando un grupo de jóvenes decidió montar un grupo de black metal. Le añadieron un toque vikingo pero para cuando publicaron su primer disco en 2002 todavía se trataba de una banda fácilmente encasillable, y poco se podía preveer la evolución que ocurrió en los siguientes años. La banda plantó la vista puesta en el post-metal y se desarrolló presumiendo de añadir sin complejos cualquier género que les gustara. Sólstafir alcanzó un sonido muy particular que le permitió diferenciarse dentro de la escena del post-metal. Terminó llegando cada vez más al resto de Europa con Köld (2009), y especialmente se consolidó después con los discos publicados junto al sello Season of Mist: Svartir Sandar (2011) y Ótta (2014).
El que es su séptimo disco, Endless Twilight of Codependent Love, sigue la tendencia marcada por los discos anteriores y quienes conozcan a la banda solo necesitarán unos segundos para afirmar con rotundidad que “esto suena a Sólstafir”. En este nuevo disco se acentúa la tendencia de la banda a crear temas largos que se van desarrollando muy lentamente, con paciencia, llegando a música más pesada y voces rasgadas ya muy al final. Esto funciona, y el sonido encaja perfectamente en un álbum de corte más depresivo y melancólico que los anteriores, dedicando más tiempo a estas emociones al tiempo que se recorta en partes que podrían sonar más épicas o brutas.
Pero, en concreto, ¿de qué se trata? Aún quedan trazas de aquel black metal original, pero la agresividad propia del género se ha ido sustituyendo por otra agresividad más fría que no tiene prisa en llegar al clímax. Suena a progresivo y también a shoegaze con esas atmósferas melancólicas. Aun así, para mí, algo que caracteriza a Sólstafir es que sigue sonando a algo sencillo, nada enrevesado, encajando muy bien con la crudeza propia de la voz de Tryggvason, probablemente la principal seña de identidad de la banda.
Aunque hayan avanzado hacia un sonido más moderno, las progresiones no dan demasiados rodeos sino que se basan en estructuras sencillas que recuerdan al blues y al rock clásico, protagonizadas por riffs de guitarra que suenan a fuzz, y que se mantienen lentos, muy melódicos y dejando mucho hueco para la voz. De esa manera, el vocalista gana mucho protagonismo y, de hecho, en este disco la mezcla de volumen contribuye a destacarlo aún más. Tryggvason suena descarnado, transmitiendo emociones que giran en torno a la depresión en un disco dedicado a la salud mental y el enfrentamiento a sus problemas. Por lo general suena clara y melancólica reservando su fuerza para el final de los temas.
Sobre esos riffs sencillos y la voz cruda sí que aparecen elementos que le dan un toque más atmosférico y onírico. Se pone en evidencia la inspiración que la banda dice recoger de la naturaleza y, teniendo en cuenta que su contexto es el puto frío y el ecosistema casi extraterrestre de Islandia, las piezas que forman Sólstafir de repente encajan. A Islandia también rinden tributo con su portada (aparte de cantar en islandés todos los temas menos uno), donde aparece con colores apagados la “Mujer de las Montañas”, imagen convertida en la personificación nacional del país.
No tenía claro cómo encarar la reseña, especialmente pensando en lo que podría pensar alguien que no conozca la banda. Teniendo en cuenta la temática depresiva, el ritmo lento y pausado, que es un disco de una hora y que solo con las tres primeras canciones llega casi a la media, la probabilidad dice que alguien que se lo encuentre por casualidad no llegará a terminar de escucharlo. Si aun así algunos se quedan enganchados al sonido, en ese caso van a alucinar descubriendo los discos anteriores. Si no es el caso, solo puedo recomendar buscarle un hueco para escucharlo con tranquilidad. Este es uno de esos discos que va ganando con cada reescucha, encontrando cada vez nuevos puntos en los que fijar el oído.
Quercus