Me decía un día Oscar (Bajista) que cuando crearon The Long Johns Band tenían a Warren Haynes en la cabeza, no porque quisiesen parecerse estilísticamente a Gov’t Mule, si no más bien, porque querían tener esa habilidad de saltar entre el blues, el rock, la fusión… sin perder la propia personalidad. Este tercera entrega de TLM ahonda en diferentes aspectos, desde la balada de rock cincuentero hasta el lounge-jazz, pasando por todo su abanico habitual blues-rockero.
El punto más fuerte del grupo es sin duda el directo, no sólo porque son músicos muy solventes, con amplia experiencia en otros proyectos y una actividad frenética con una media de unos cuarenta conciertos anuales, sino, sobre todo, por la capacidad que tienen para adaptarse a cualquier situación. Les puedes ver haciendo un vermut de varias horas, actuando en un teatro, o en un concierto nocturno en cualquier sala y nunca están fuera de lugar. El gran secreto es que tienen un enorme repertorio, y saben de donde tirar dependiendo del contexto.
Otra cosa que me atrae de The Long Johns Band y de este disco en particular son las letras de los temas, líricamente su blues mira más hacia Cabuérniga y menos al Delta, le cantan también al típico meapilas patrio o al representante chupóptero de orquesta, osea, se centran en su entorno y saben dibujar una sonrisa al retratar con tanta sorna personajes que todos tenemos muy cerca.
Si digo que III es uno más que II… Se me entiende? Hay grupos que pegan el petardazo y desaparecen, hay grupos que sorprenden con grandes golpes de timón y capacidad para innovar; The Long Johns Band han recibido la herencia de los primeros tiempos, la conservan y la miman, la sazonan a su gusto, trabajan el campo con sus propias manos, y no buscan grandes tesoros, pero sí la satisfacción de disfrutar día a día de la vida en las carreteras secundarias.
Comentario por Oskar Sánchez
Fotografía por THE LONG JOHNS BAND