Han pasado seis años desde que abrimos el sobre con el primer disco de Bones of Minerva, entrevistamos a Blue en la radio, las vimos en el New y caímos rendidos a sus pies. Cuando hablamos de bandas “nuevas” que nos han puesto del revés, cuando nos juntamos a hacer planes y soñar con festivales, su nombre siempre está sobre la mesa.
Bones of Minerva lo tienen todo. Una apuesta artística multidisciplinar tan personal que no puede ser comparada con nada. Se expresan a través de la música, pero también del arte que acompaña a cada uno de sus movimientos, en forma de portada de álbum o merchandising que también diseñan. En directo la música se convierte en un ritual que te envuelve y te lleva en un viaje sin retorno.
Es justo, pero también extraño, que las esté marchando tan bien. El pie que han puesto en Europa parece solidificarse y cada vez nos traen más jugosas noticias de sus viajes, obteniendo el reconocimiento de nuevo público. Digo justo, porque construyen los cimientos desde la base, sin artificios, sin engaños, con trabajo y talento, con honestidad, sabiendo en todo momento en donde están y con quién trabajan, sin sueños vacíos. Digo que es extraño, porque en esto pienso como Sade. A la gente buena no suelen salirle bien las cosas.
Cuando se pare un álbum tan rotundo como Blue Mountains es normal sentir vértigo. Un disco pequeño e independiente, que va llamando la atención de más y más orejas, que provoca un incendio allá por donde pasa y hace que de repente un grupo comience a ver claro que ante sí se presenta la oportunidad de girar, de atar lazos, de consolidar la propuesta mucho más allá de lo que se había estimado.
Los casi cinco años que pasaron hasta la publicación de Embers nos les pasamos en vilo, con dudas de si serían capaces de escalar un nuevo escalón o se derrumbarían por el camino. Volvieron más maduras, más enteras, con tremendas ganas de forjar un nombre aun más difícil de equiparar a nada.
Embers avanza en todos los sentidos. Es mucho más pasional, es más salvaje, se adentra en el terreno de los guturales con ramalazos extremos, pero a la vez avanza hacia la psicodelia y el chamanismo. Mira hacia dentro y responde también en Castellano, apartando complejos y crisis identitarias; aquí me tienes, esta soy yo.
Si después de un año de su publicación no sólo sigue dando vueltas en nuestro reproductor, si no que suma escuchas de manera exponencial, es porque Embers es uno de esos discos que arden lento, con fuego púrpura, y cuando piensas que pueden estar consumiéndose viene una pequeña ráfaga de viento y les aviva otra vez.