¿Clásico? Nos movemos hasta Mérida para disfrutar de la 55 edición del Festival de Mérida. En concreto de la adaptación de Los Gemelos de Plauto de Tamzin Townsend y Miguel Murillo.
Hace ya un par de años que una compañera de trabajo me habló del Festival de Mérida y desde entonces llevaba rondandome la idea de dar un salto y conocer la ciudad aprovechando para ver alguna de las obras. Este año las vacaciones parecían las ideales para hacer una escapada corta y así lo hicimos. Tras visitar gran parte de los yacimientos (Dicen que en Mérida la gente tiene miedo de hacer obras en sus garajes, por si aparece algo importante y les expropian la casa XD ) nos preparamos para asistir a la representación.
El festival es algo especial desde el comienzo, ya sólo por su ubicación sabes que es algo muy particular. El simple hecho de estarte preparando para ir al teatro y saber, que hace 2.000 años había gente que seguramente estaría repitiendo unos gestos parecidos para ir al mismo sitio te une con la historia y produce una sensación un poco sobrecogedora.
Entramos al teatro, ocupamos las localidades y nos dispusimos a ver la comedia. Una pequeña decepción ya nos habíamos llevado cuando investigamos un poco que era exactamente lo que íbamos a ver. Cuando uno se acerca a ver una obra clásica, a un teatro clásico, espera que las cosas sean clásicas. Pensamos que las luces y la amplificación le restarían autenticidad y perdería la magia. Estuvimos charlando sobre la manía que hay últimamente de adaptar todo a los tiempos actuales, cambiando la escenografía y el vestuario para que el texto encaje en un contexto contemporaneo. Es una cabriola que la primera vez hace gracia (si, en su momento flipamos con Romeo + Julieta de Baz Luhrmann, pero ya se hace un poco cansino no poder ver nunca una obra tal cual era, y que los directores siempre tengan la necesidad de meter elementos anacrónicos y encima les parezca algo tan original, cuando es una estratégia que se está siguiendo en el 99% de las adaptaciones de clásicos que se pueden ver hoy en dia).
Sin embargo la obra empezó. El texto es sencillo y previsible a estas alturas, tras veinte siglos en los que los autores han retomado y disfrazado una y otra vez los mismos mitos. Pero todo comenzó a rodar de una manera natural y a la vez que seguíamos la obra fuimos reelaborando la opinión. Claro, la adaptación plantea dudas sobre lo que estaría en el texto y lo que es añadido… pero si uno se relaja y simplemente disfruta, todo funciona. Al fin y al cabo, ¿Especificaría el autor como tenían que ir vestidos los personajes? y lo que es más, ¿si intentasemos aproximarnos al original podríamos hacerlo?, por ejemplo se escuchó incluso algún fragmento de música de Emir Kusturika. Evidentemente, la música que sonaría en el teatro en el siglo I no sonaría así, pero puesto que no tenemos ni idea de como sonaba en realidad, puestos a inventarnoslo, igual es más lógico hacer que se note, que no recrear una música que desconocemos por completo. O al menos, es igual de lícito.
Al final, la sensación que teníamos es que, con los elementos anacrónicos, de vestuario, atrezzo y música, la obra funcionaba a dia de hoy como una buena comedia. Tal vez, si lo hubiesen hecho a la manera clásica hubiese funcionado más bien como una experiencia antropológica, que tal vez fuese más interesante y más intensa para conocer cosas sobre los romanos, pero menos efectiva como obra de teatro.
Saliendo del teatro, de nuevo la misma sensación de vértigo. Gente canturreando el número final y el murmullo de cientos de personas caminando hacia el exterior, como hace 2.000 años. Mirando hacia el suelo, mientras caminabas, casi podías notar que estabas allí.
Crónica por Oskar Sánchez, fotos por Oskar Sánchez.