La adaptación teatral de la primera película Dogma llega a Santander. Ante el asombro de unos y la indignación de otros asistimos a una de los mejores montajes teatrales que hemos tenido oportunidad de ver en el Palacio de Festivales.
A mediados de los noventa tres daneses locos plantean un manifiesto que pretende renovar el mundo cinematográfico. Se trata de una especie de radicalización de los principios que la Nouvelle Vage francesa ya planteaban cuarenta años antes, osea, rodajes naturales, sin ningún tipo de artificios técnicos o de guión. Como todos los movimientos de este tipo, al final se ha ido desvirtuando, pero la esencia del cine Dogma ha dejado su huella, y además de un buen puñado de buenísimas películas, nos ha dejado algunos recursos que son utilizados habitualmente por todo tipo de directores más y menos comerciales.
La primera película reconocida como Dogma fue Celebración (Festen) de Thomas Vinterberg, en la película se narra la historia del sesenta cumpleaños de un cabeza de familia que pretende celebrar una fiesta reuniendo a todos sus hijos. Para su desgracia uno de ellos viene dispuesto a aclarar algunos puntos oscuros sobre la familia, y lo hará en varios discursos propuestos entre plato y plato.
La adaptación teatral ha corrido a cargo de Bo hr. Hansen, y ha sido traducida al Español por Calixto Bieito, aunque para este montaje en concreto la adaptación y la dirección corren a cargo de Pablo Ley y Josep Galindo respectivamente.
El resultado ha sido simplemente magnífico. Prácticamente la totalidad del reparto estuvo magistral en las interpretaciones, haciendo un teatro moderno pero sin caer en las excentricidades. El reparto del escenario era muy original, creando de la nada varios ambientes, que además acompañaban al actor en su movimiento por el escenario, entrelazándose y rompiendo sin ningún tipo de pudor algunas de las norma básicas de la concepción tradicional del espacio escénico. Además los actores entraban y salían del escenario invadiendo el lugar reservado a las butacas, pero de una manera natural, sin darse aires de teatro de vanguardia rupturista. La iluminación y la escenografía también muy minimalistas, pero sumamente efectivas y elegantes, osea, al servicio de una buena historia y de unas buenas interpretaciones.
Si hay que poner algún punto negativo, sin duda se lo lleva El Palacio de Festivales, por el caos montado al cambiar la obra de sala y repartir entradas por duplicado para algunos de los asientos, y también a la mala educación de algunos miembros del público, que de un lado no hicieron nada para solucionar de una manera educada el embrollo, y de otro llegaron a increpar a los actores para que hablasen más alto durante una de las escenas más emotivas del montaje.
Crónica por Oskar Sánchez, fotos por Google.