Charles Bukowski murió en 1994, a tan sólo seis años del nuevo milenio y de la fecha en que le hubiera gustado irse al otro barrio, «con 80 años de edad», como él mismo había dicho en algu- na que otra ocasión. Los dioses no le permitieron ese último deseo; tenía 73 años cuando murió. En cualquier caso, tras la vida que llevó, sus lectores podemos dar gracias de que anduviera más de siete décadas entre los vivos. Bukowski ha dejado una obra ciertamente dilatada: más de 30 títulos que in- cluyen poesía, novela, cuentos, un guión cinematográfico, volúmenes de cartas y el presente diario, El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco, su más reciente publicación póstuma. El libro sale de los archivos de su editor y amigo durante más de 20 años, John Martin, que asegura tener a buen recaudo más material fresco de Bukowski, que se irá publicando a lo largo de los próximos años. En “El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco”, una metáfora del lamentable estado de la nave que nos lleva, Bukowski es más que nunca un filósofo. El libro es un diario de los últimos meses de su vida, cuajado de reflexiones hechas desde la cima de su experiencia. Todo ha cambiado para seguir igual; Bukowski vive en una casa cómoda, con piscina y jacuzzi y un buen coche en el garaje, pero la desesperación es la misma: «No sé lo que le pasará a otra gente, pero yo, cuando me agacho para ponerme los zapatos por la mañana, pienso: Ah, Dios mío, ¿y ahora qué?. Estoy jodido por la vida, no nos entendemos. Tengo que darle bocados pequeños, no engullirla toda. Es como tragar cubos de mierda. Nunca me sorprende que los manicomios y las cárceles estén llenos, y que las calles estén llenas…» Charles Bukowski conocía el único secreto que merece ser conocido: que lo único que importa es que nada tiene importancia. Puede que eso, paradójicamente o no, contribuyera a convertirlo en uno de los escritores norteamericanos más leídos del mundo entero, y en uno de los maestros literarios indiscutibles del siglo XX.