El doctor Glas es un hombre cultivado, buen profesional, buen ciudadano, que sin duda siempre hace lo correcto. O, mejor dicho, siempre cumple con su deber y hace lo que tiene que hacer. No importa cuánto se le llore, porque no le afecta lo más mínimo. El doctor Glas se aferra al código deontológico –o a la ley– y hace aquello que la sociedad espera de él. Por eso, es una persona que despierta la simpatía de sus conciudadanos y que goza de todo su respeto.
Sin embargo, el doctor Glas no es feliz. A sus treinta años no se ha acostado con ninguna mujer ni parece que vaya a hacerlo, y ni siquiera se plantea casarse y tener hijos porque es lo que hay que hacer. (…)
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