“Yo no soy el dueño de mis emociones, ni del gobierno de mis propios actos” (Roberto Iniesta Ojea)
Aquí estoy con una extensa chapa de las que hace mucho que no hago. Voy a comentar mis sensaciones tras el concierto de Robe del pasado sábado en Santander, además de unas cuantas pajas mentales relacionadas con ello.
Sin duda, “Mayeútica”, el nuevo disco de Robe (y parece ser que también de Extremoduro, vistos los últimos acontecimientos), ha sido la banda sonora de mi vida desde que salió su increíble primer adelanto, ese temazo titulado “Segundo movimiento: Mierda de filosofía”, allá por el mes de abril. En mayo salió el disco completo y se confirmaron mis sospechas: obra maestra. No ha parado de sonar en mi casa, pues resulta que a mi pareja también le flipa y nos hemos dado la chapa mutuamente con ello. Muy bonito y tal.
Eso, sumado a que me encantaron los dos primeros trabajos de Robe en solitario, “Lo que aletea en nuestras cabezas” y “Destrozares, canciones para el final de los tiempos”, pues me generaba una importante necesidad de disfrutar de Robe y su nueva banda en directo. Les vi en su gira anterior, en el Kursaal de Donosti y me gustó. Pero estaba claro que esta vez era diferente. Este nuevo disco no era disco para ser interpretado en un bonito teatro en el que no se puede levantar la voz. Total, que salieron las fechas de la gira y ¡pum!: Santander el 2 de octubre. Marqué el día en rojo en el calendario y a esperar.
Quise llegar virgen al concierto, sin saber nada de lo que iba a ocurrir, sorteando los mil y un spoilers que circulan por todos los rincones de internet. Llegó el sábado y nos pegamos una pedazo de previa unos cuantos amigos/as, plan insuperable. A mitad de tarde, eché el freno de mano con el consumo de alcohol para llegar en unas condiciones aceptables, no perderme detalle y, lo más importante, guardar buenos recuerdos.
Llegado a este punto, quiero decir que no voy a hacer una crónica como tal, pues de ésas habrá mil. Solo quiero expresar lo que sentí, más o menos, porque tampoco lo tengo claro al cien por cien.
Sobra decir que mis expectativas estaban por las nubes. Casi como que iba a suponer un antes y un después en mi vida, que nos íbamos a volver todos locos e íbamos a iniciar una revolución social llena de libertinaje y diversión. Y claro, era tan grande el globo que yo mismo había hinchado, que tenía que explotar sí o sí.
Fue un buen concierto. Sí, un muy buen concierto, incluso. Pero claro, no fue un concierto que cambió mi vida. Tampoco tengo necesidad de cambiar mi vida, pero estaba tan seguro de que me iba a generar algo importante en mi interior que cuando no lo generó, me quedé con una sensación de decepción. Una decepción totalmente injustificada, pues había sido un buen concierto, divertido, rodeado de buenos amigos/as y en un ambiente genial. Yo y solo yo era el culpable de esta pequeña gran decepción.
El sonido, sin ser la hostia, era decente para un pabellón. Me faltó un poco más de power, que se me metieran los sonidos graves dentro del cuerpo y esas cosas que pasaban en los conciertos de antes. Supongo que habrá que echar la culpa de esto a la puta mierda de espectáculos musicales que nos vemos obligados a hacer por culpa del covid y bla bla bla.
El repertorio, bien, mezclando temas de esta última etapa con himnos de Extremoduro, tampoco muchos, pero sí los suficientes para que la gente que no había ido a ver a Robe sino a Extremoduro (entre los cuales yo no me encontraba), no se enfadaran y prendieran fuego al pabellón. Puestos a pedir, me faltó mucho de “La Ley Innata”, un cachito del “Pedrá” y el himno de toda una generación, “Salir”. Pero bueno, no se puede contentar a todo el mundo y se respeta que Robe haga lo que le sale de los cojones, como siempre. Él se ha ganado ese derecho. El momentazo, como era previsible, fue cuando la banda interpretó el “Mayéutica” del tirón. Si quisieran tocarlo entero, descanso, volver a tocarlo entero y acabar, sería un conciertazo. Obra maestra… eso ya lo he dicho antes, ¿no?
Acabó la noche y se apoderó de mí esa sensación de decepción de la que hablaba antes. Mi gente increpándome “que no te lo has pasado bien”, “qué te pasa”, “¿no te ha gustado?”, etcétera. Y yo sin saber explicarme. Porque no quería decir que había sido un mal concierto, porque no lo fue. Era algo interior, que se me agarró por dentro y no podía explicarlo. Ahora puedo decir que fue algo así como una “decepción por exceso de expectativas”. Igual es una patología con otro nombre, ahora que le ponemos nombre a todas las gilipolleces que nos ocurren a los humanos.
Siempre queremos más. Nuestros deseos son como el horizonte, por más que avancemos, nunca vamos a alcanzarlo (esto creo que lo leí en el libro “Homo Deus”, soy muy malo para las citas, pero el autor es el gran pensador de nuestros días, a mi modo de ver). Si conseguimos algo, queremos más u otra cosa totalmente diferente. Parece que nunca estamos conformes y eso hace que muchas veces no disfrutemos del regalo que es la vida.
En el concierto de Robe me pasó eso a pequeña escala. No disfruté plenamente del concierto porque quería más, quería sensaciones indescriptibles y placer ilimitado. Y eso, amigos/as, no es posible. Al menos, me queda la experiencia e intentar que me sirva para otros momentos de mi vida. Tranquilo Toño, disfruta de lo que tienes, que es increíblemente maravilloso.
Toño González Gallego
Foto – Miriam García