Año 2020, la humanidad al completo se enfrenta al reto histórico de frenar la pandemia del coronavirus. Un esfuerzo conjunto que debería servir para reconocer nuestro frágil reflejo en el espejo. Sin importar las fronteras que hemos inventado, nuestros organismos reaccionan de igual manera ante el ataque microscópico y decidimos refugiarnos en nuestros domicilios, poner distancia entre las respiraciones, darnos tiempo para pensar y aprender a reaccionar.
Tiramos del freno de emergencia. Por primera vez en la historia todo se detiene, de manera firme y voluntaria. Intentando parar lo imparable, retrasar lo inevitable. Se detienen las cadenas de producción, se cierran las persianas, se vacían las agendas de conciertos. Pero no para la música.
Nos encontramos extraños, comunicándonos de teléfono a teléfono. Lo que hasta entonces era anecdótico se convierte en el único medio para sentir que hay alguien al otro lado. Aprendemos a la fuerza a reunirnos en salas virtuales, y de manera grotescamente distópica los corazones de Instagram y los likes de Facebook sustituyen al olor a sudor y al sonido de los aplausos de los directos.
Las grandes estrellas del rock esperan en sus ranchos a que cese la tormenta, los músicos aficionados se frustran por no poder mostrar su música en directo pero saben que volverán pronto, en cuanto se pueda, porque nunca esperaron nada a cambio. Ahí en medio, un millón de técnicos, pequeños estudios, salas y bandas de todos los estilos, que viven del día a día de la actividad pierden su trabajo y posibilidad de sustento. Mientras algunas se declaran en quiebra, otras siguen intentando mantenerse a flote sacando del almacén el merchandising y ofreciendo algún caramelo virtual con el que los seguidores puedan mostrar su apoyo.
Katatonia se encierran en los cercanos estudios Gröndahl de Estocolmo en los que registran un Live Stream que se editó físicamente en el mes de noviembre, en Vinilo o CD / DVD en bonita presentación digipack de triple pala, ante la insistencia de los fans que querían guardarlo como recuerdo. Desde allí hacen un repaso a sus canciones más representativas, un set elegido directamente por los seguidores a través de internet, y que sirvió de consuelo ante la imposibilidad de continuar la gira de City Burials en todas las plazas previstas.
La escenografía es ciertamente escasa, una sala de ensayo cubierta por algunos biombos negros, un poco de humo, algunas pancartas de la banda, neones y proyectores. El sonido de la banda impecable, desgranando una colección de temazos que deberían ser acogidos con gritos de entusiasmo y sin embargo encuentran al otro lado pausas de eterno silencio. Katatonia siempre ha sido una banda fría y poco comunicativa en directo, y en esta situación de desolación su música es una aterradora banda sonora al apocalipsis de la despoblación. En la portada del disco una gran antena parabólica busca sin éxito alguna señal de conexión en el aire muerto. No creo que se pueda definir mejor el nudo de hielo que transmite.
La verdad es que Katatonia nos tiene acostumbrados en los últimos años a sacar material extra para fans, el acústico Sanctitude, la reinterpretacion de sus temas en Uncrowned and Dethrones o el más reciente disco de rarezas Mnemosynean son claros ejemplos de ello. Para los no seguidores no son discos que aporten gran cosa a su discografía, pero para quienes apreciamos de verdad a la banda nos dan la oportunidad de mantener el contacto, rebuscar un poco más allá y sobre todo respaladar económicamente un proyecto que queremos que continue adelante, incluso en estas adversas circustancias.