Es inevitable pensar que David Bowie planificó Blackstar como su canto del cisne. Dado su carácter casi póstumo (apenas unos días), su atmósfera en ocasiones fúnebre, algunas de las letras, el contenido de los videoclips y las declaraciones de los implicados, parece claro que Bowie era consciente del poco tiempo que le quedaba y quiso irse de manera significativa, con una salida a la altura de su legado.
Pero dejando de lado la performance que Bowie hizo de su propia muerte, Blackstar es un disco que se sostiene muy bien por sus propios méritos. The Next Day, su anterior trabajo, supuso una sorpresa por lo furtivo de su regreso, y mediáticamente fue toda una lección, pero musicalmente se quedaba atrás. Acababa resultando genérico y blando, indistinguible de sus trabajos desde finales de los 90. Sin embargo en Blackstar nos encontramos al Bowie que busca caminos diferentes, que arriesga y que incluso hace daño. El hecho de que prescinda de su banda habitual de los últimos 15 años para la grabación es toda una declaración de intenciones, en su lugar se rodea de músicos más orientados al jazz de vanguardia. Y se nota, los metales, las baterías anárquicas y las guitarras disonantes y duras dan forma al sonido del disco, para dar un soporte a sus voces más dolientes y atrevidas desde Scary Monster. Se aproxima a algo que podríamos llamar jazz-metal, pero también hay ecos de drum&bass y de Scott Walker. Y funciona.
Sólo el tema que abre y da título al disco vale más que cualquier cosa que hiciera desde 1980, una suite de diez minutos que suena a réquiem y que revuelve por dentro. Lazarus, el single escogido para lanzar el disco tres días antes de su muerte, parece eso, una nota de despedida, y estremece con su aire hipnótico. También a destacar Sue (or in a Season of Crime), que ya había lanzado el año anterior con un arreglo distinto de orquesta y que aquí presenta con ese aire de jazz chirriante y metálico. En Girl Loves Me sorprende lo juvenil y saltarín de sus estrofas, para pasar a un estribillo casi religioso. En Tis’ A Pity She Was A Whore y en Dollar Days hace dos aproximaciones distintas a Scott Walker, el de vanguardia en la primera y el melodramático barroco en la segunda. En Can’t Give Everything Away elige un aire de letanía para cerrar el disco, aunque tratándose de la última canción de su último álbum habríamos esperado algo más épico.
Se fue el Duque, el Comandante Tom, el Rey de los Goblins, el Camaleón, Ziggy, Aladdin Sane y tantos otros alter egos, pero se fue recordándonos por qué es un icono del siglo XX y uno de los artistas más influyentes de la historia. Adiós, David.
Comentario por Absento
Fotografía por DAVID BOWIE