El fruto de la colaboración entre Los Estanques y Anni B. Sweet es un delicioso caos en el que todo parece estar perfectamente controlado. Estas trece canciones llevan un envoltorio retro, pero no dejan de sonar terriblemente actuales. En ellas todo suena excesivo y abigarrado, y al mismo tiempo ligero y elegante. Se suceden momentos de íntima quietud y estallidos de energía desbordante, y aunque cada segundo parece recordar a alguna otra cosa que ya se ha escuchado antes, en ningún momento se consigue predecir a cómo sonará el siguiente compás. En fin: “Burbuja cómoda y elefante inesperado” es un disco que se define por sus contradicciones. Bueno, y también por ser un cajón de sastre en el que cabe de todo, excepto el aburrimiento.
En la primera escucha me dio la sensación de que todo en “Burbuja…” se concibió como un continuo choque de opuestos. De hecho, las trayectorias previas de Estanques y de Anni habían transcurrido por caminos que no parecían tener nada en común (aunque sí coincidían en su gusto por adentrarse en jardines que poco tenían que ver con lo que se podía esperar de ellos). Por eso, es fácil interpretar el título del LP como una señal de tensión. Aunque, por otro lado, la imagen de la portada con el elefante dormidito dentro de la burbuja intacta da a entender que el resultado es más armonioso de lo esperado.
La idea del encontronazo aparece de nuevo en los títulos de las canciones: a “He bebido tanto (que…)” le sigue “(…Estoy) muerto de sed”, después de “Vuelve a amanecer” arranca “Vuelve a oscurecer”. Este no es un detalle casual ni caprichoso: buena parte de los temas del disco suenan como el reflejo invertido de algún otro corte. Incluso, aunque no se adivine por el título, “Bla-bla” tiene su réplica sonora en “Tu pelo de flores”, como si Íñigo y Anni “dialogaran” en plan Pimpinela. Este esquema basado en dicotomías me parece atinado… hasta que me fijo en que el número de cortes del disco es impar. Adiós, paja mental que me estaba marcando. Nada era tan sencillo. De hecho, en este punto termina de quedarme claro que el proceso de elaboración del álbum no consistió en un simple “vamos a dejar que choquen estos dos trenes, y lo primero que salga se graba”. No, siempre hay algún elemento más que consigue elevar el nivel de complejidad de la ecuación.
Creo que tiene más sentido interpretar el disco como una imagen fractal, en la que a medida que el zoom se acerca van aflorando nuevas relaciones, rupturas y reequilibrios entre los distintos elementos. A cada segundo que pasa el dibujo varía; pero el cuadro siempre se muestra bello y sorprendente, y una vez que la mirada se posa en él ya no hay manera de despegar la atención.
Por otro lado, “Burbuja…” es un trabajo tan minucioso y plantea tantas ideas de orígenes tan dispares que hace las veces de un test de Rorsach sonoro, con el que cada oyente escuchará ecos de lo que tenga en su propia cabeza. Yo mismo he sentido que aquí se asoma la vitalidad de la Motown y el rock sexy de Marc Bolan; el aire operísitco de Tommy de The Who, pero también a las sintonías televisivas de Alfonso Santiesteban; los viejos viajes de LSD de The Beatles, pero también los viajes por el jazz futurista de Flying Lotus. De todas formas, estoy seguro de que cualquiera encontrará referencias diferentes a las mías, y que ni las de unos ni las de otras coincidirán con lo pasaba por las cabezas de Los Estanques y de Anni durante la grabación. Pero, ¿y qué más da?
Más allá de alardes técnicos (que en este disco alcanzan dimensiones heroicas) o filigranas compositivas (finísimas), lo que importa son las sensaciones que transmite el disco. Y “Burbuja…” es un canto pletórico de puro amor a la música, que tanto Estanques como Anni ven como un vehículo para la imaginación con el que escapar hacia mundos de ensueño llenos de luz y color. Y una reivindicación del rock entendido como un carnaval, tal y como se mostraba en el “Rock and Roll Circus” de The Rolling Stones, o en el “Un dos tres, al escondite inglés” que dirigió Iván Zulueta. Todo ello condensado en una serie de canciones llenas de puro espíritu pop, inmediatas, pegadizas. Porque, a pesar de la alta densidad de los planteamientos de los que parten, ¿acaso alguien ha encontrado la manera de sacarse de la cabeza las melodías “Tu pelo de flores”, “Brillabas” o “Caballitos de mar”?
Carlos Caneda