Cuando llegas a un concierto y lo primero que empiezan a sonar son los raíles del Confortable Numb de Pink Floyd ya hay poco que puedas hacer. Te sientes en la obligación de dejarte llevar por la demoledora corriente de la banda sonora de tu vida. No hay nada que te pueda salvar.
Además, ante tus oídos, el espectáculo visual que se sucede es de tal calibre que las imágenes por sí solas bien podrían convertirse en el mcguffin de la propia obra que estás presenciando. Esta conjunción de continente y contenido está muy por encima del 99% de los conciertos a los que has asistido. El escenario pintado es un oscuro mundo apocalíptico en el que es imposible respirar placenteramente.
Y junto al Confortable Numb se van sucediendo sin piedad las The happiest days of our lifes, Another brick in the wall, Wish you were here, Shine on you crazy Diamond, Sheep, Money, Us and Them, In the flesh, Run like Hell, Brian Damage, Eclipse o Two suns in the side. ¿Qué queréis que os diga? Erección.
Todas estos cañonazos van bien mezclados junto a canciones de Waters -especialmente de su último trabajo en solitario y que os recomiendo encarecidamente, Is this the Life we really want?-.
¿En los “peros”? Es cierto que le va quedando menos voz, que pensaba que estaba en países Bajos, que el volumen del concierto era demasiado alto y a veces distorsionaba la mezcla -mal plato para semejante ambrosía- y, claro, el alto contenido político de la actuación. Lo sé, si vas a ver a Manu Chao o a Reincidentes sabes lo que te vas a encontrar y en el caso de Waters, su anticapitalismo y su ideología nihilista están tan descarnadas sobre el escenario que el nivel de Snuff Movie Sonora se alcanza en el minuto dos. Pero qué demonios, a una sociedad tan aborregada como la nuestra tan poco le viene mal que le enfrenten con el nosotros-buenos y ellos-malos, con lo que supone el terrorismo de estado, los drones o la falta de derechos de los colectivos más desfavorecidos. Lo que si eché en falta, siendo sincero, fueron los palos para todos los bandos y actores internacionales, no sólo contra uno.
Muy destacable fue el hecho de que toda la primera parte del concierto fuera como una biografía musical del autor. También me encantó el final: una versión acústica, casi celta, de The Bar mezclada con el Outside the wall. Preciosa joya de postre que llevé en el paladar hasta que me acosté y que me pintó una sonrisa al levantarme a la mañana siguiente.
Luís Miguel Artabe