Es curiosa la paradoja de los conciertos grandes y los conciertos pequeños. En una ciudad en la que los grupos locales llevan peleándose desde hace cinco años y medio, para que las autoridades cumplan su palabra de no perseguir las actuaciones los fines de semana, en un horario pactado hasta las diez de la noche, no parece haber problema para acordonar, poner dispositivos policiales y hacer obras de acondicionamiento para alojar a miles de personas izando la bandera del rock and roll.
Lo sabemos nosotros, lo sabe Marea, sin conciertos pequeños no hay conciertos grandes. Esas ascuas de las que hablaba ayer Kutxi se apagarán con nosotros si no ganamos esta pelea. Una ciudad necesita vida durante doce meses al año, y por muy grande que sea el sarao que monten las autoridades el día de reflexión eso no se nos olvida. El rock and roll nace y crece en los bares.
Entramos al recinto fantaseando con la idea que que ese mamotreto de escenario hubiese alojado en su cartel a un par de bandas locales. No es que rechacen la idea, es que no se les ha ocurrido. Estamos perdidos. Sobre las tablas Bocanada, un grupo pequeño y honesto, que ha crecido siempre a la buena sombra de Marea, puesto que su vocalista Martín es hermano de Kutxi. La influencia es evidente en el tono de voz, en los recursos literarios, en la organización de las estrofas en cuartetos y en la manera de dirigirse al público, sin embargo nunca han tenido ningún complejo en reconocer abiertamente su admiración, así que con todas las cartas sobre la mesa, lo que vimos fue rock and roll y entrega. Un show en el que se dejaron la piel a 100% aprovechando la oportunidad de actuar ante un puto mar de gente, y recibiendo de vuelta mucho cariño y entrega, especialmente por parte de todas las primeras filas, que corearon los temas de sus cinco discos.
A la hora pactada, llegó al escenario Marea. Un grupo al que hemos visto ir conquistando corazones uno a uno hasta convertirse a día de hoy en el máximo referente del rock estatal, recogiendo el testigo de los más grandes Barricada, Los Suaves, Platero y Tú, Extremoduro… y llenando en parte el hueco dejado por esos irremplazables. Hay millones de bandas siguiendo una corriente, pero no tantas consiguen alcanzar el estatus y marcada personalidad de estos.
Hacía un huevo de años que no les veía en directo, pero me encontré sobre las tablas a la peña tan genuina con la que charlábamos en el prau del Bike Rock tomando Kalimotxos de tú a tú. Es cierto que Kutxi ha desgastado el que fue un chorro de voz mucho más enérgico, pero su entrega y sinceridad suple las carencias que han ido llegando con la edad. Me alegro mil de que les haya ido tan bien y de que ahora con toda la vida por detrás, puedan mirar por el retrovisor y echar una sonrisa pensando “la que hemos liado”.
El concierto arrancó con el reper de su último “los potros del tiempo” como arsenal primero, aprovechando que la gente está más fresca y entusiasmada para soltar los temas a los que no se tiene tanto cariño. No es culpa de esas canciones haber llegado más tarde, sólo es que cuando estábamos tiernos y viviendo los años más intensos las otras entraron a formar parte de nuestros recuerdos. Pero como dijo Kutxi, vamos a tocar mezcladas de las nuevas y de las viejas, pero no os vais a dar cuenta, porque son todas iguales.
El concierto tuvo unos cuantos momentos especiales como cuando se subió al escenario Aaron Romero, hijo de Kutxi, que no parece tener problemas para continuar el negocio familiar. También hubo un pequeño pasaje liderado por su bajista Piñas, un homenaje a Boni con su guitarra roja sobre el escenario y un gran final acompañados de uno de los chicos de Motxila 21, una banda de rock formada por gente con Síndrome de Down con los que los Marea suelen colaborar.
El sonido fue impecable, y la producción de primerísimo nivel, con un triple puente de luces curvado que daba mucho juego, pantallas gigantes, cámara con pértiga entre el público y toda la mosca. El resultado es que todo llegó alto y nítido de la primera a la última fila. Y el concierto se convirtió en una celebración generacional de gente que “estaba allí” en los últimos noventa y se cantó de pe a pa cada una de las letras de cada una de las canciones.