La inmensidad del folio en blanco se cura como casi todos los males de esta vida, yendo hacia delante, aunque ahora mismo a un servidor realmente todos sus sentidos le llevan en dirección contraria. Aquel estreno en el año 2006, en el Buddah Groove, momento en el que aun contaba mis asistencias a conciertos con los dedos de una mano; una carcasa de DVD, que sirvió de acomodo a su maqueta y a mi escondite secreto durante algún tiempo, tanto monetario como de otros deslices; el veto municipal de aquellos que se daban por aludidos; o algunos de mis últimos escritos como cronista de ciclismo bajo el cobijo de su local.
Hacia tiempo que no me enfrentaba al folio en blanco e intento recordar como atacarlo, pero aun más ha llovido desde ese primer bolo, de modo que ‘Aun nos quedan fuerzas y malas maneras’ no solo puede ser considerado una declaración de intenciones por parte de A.R.D.E.N., sino también un honroso recordatorio de una trayectoria que incluso salpicada por cambios en la formación, altibajos y gafes se ha mantenido firme y respetada en el ‘underground’ en base a un sólido directo y a una tremenda honestidad con un público sobre el escenario que ha ido renovándose con el paso de los años.
Un reciclaje continuo, mantenido dentro de un sonido característico e inconfundible que se refleja perfectamente en el tercer largo de estudio de los ‘guerreros’ de Zurita, que sucede a la ópera prima ‘Condenado a la Vida’, ‘Jugando con Fuego’ y el EP ‘Desobecede tus Miedos’. Un álbum que tardó ocho años en ver la luz, que viene de la mano de una reestructuración en su plantel y con el que A.R.D.E.N. entró de forma definitiva en la era digital en cuanto a su construcción.
Una nueva dinámica de composición que ha conformado un producto remozado y ensanchado, bajo mi punto de vista también mejorado, y que viene dado por dos razones fundamentales: la pandemia y la entrada de Pedro Marchena a la guitarra solista. Su trabajo (o uno de sus trabajos) de diseñador web y su experiencia con la informática no solo ha permitido digitalizar el contenido y dar mayor exposición online a la banda, sino también introducir nuevas rutinas en un periodo tan complejo como el confinamiento.
A diferencia de lo que ocurría en el pasado, en el que el grueso del trabajo quedaba enclaustrado a las cuatro paredes del local, las circunstancias derivadas del covid-19 han llevado el trabajo de cada instrumentista al hogar, compartido con el resto a través de la nube, multiplicando la aportación a cada uno de los temas, maximizando los tiempos de ensayo y conformando un total mucho más completo, donde se ven las influencias de cada uno de los músicos y en el que se refleja el esfuerzo en elaborar canciones lo más redondas posibles.
En cualquier caso, A.R.D.E.N. sigue siendo A.R.D.E.N. Las canciones directas y enérgicas, a tempos rápidos, siguen siendo su sello de identidad. Las quintas pesadas a medio camino entre el hardcore y el crossover, los compases claramente marcados a través del juego bombo/plato por parte de Mario y los interludios entrecortados en el que parecen con fuerza (de hecho, con más fuerza que nunca) los coros de Manolito, Víctor y Pedro que tan efectistas resultan en directo, mantienen su peso y retrotraen a su sonido clásico, como queda claramente reflejado en ‘No Pensar’ o la homónima ‘Aun nos Quedan Fuerzas… y Malas Maneras’.
Sin embargo, la evolución es más que palpable y lo es desde el primer segundo, en buena medida, por la propia producción y el tono denso, más metálico y modernizado que oímos en las líneas de guitarra y que vienen dadas no solo desde la propia banda, sino también a través de la oscura labor en la grabación y la mezcla por parte de Papelillo en su ‘Cubil’ de Las Presillas. Nacido prácticamente al mismo tiempo que la propia formación, mantiene un trayectoria paralela también detrás de la mesa. Y no, no hablamos únicamente en términos temporales, sino también cualitativos. A.R.D.E.N. y El Cubil. El Cubil y A.R.D.E.N son dos marcas que inexorablemente vienen de la mano, en lo profesional y lo personal, y su rúbrica es ese trazo final que hace la firma inconfundible. Una rúbrica que aparece cada vez con trazo más firme, y ha sido clave a la hora de dotar la fuerza y la contundencia que caracterizan a canciones como ‘Pasos en la Nieve’ o ‘Reproches’.
Una de las características más claras que escora este álbum al metal respecto a publicaciones previas, es la preponderancia de la instrumentación sobre la línea vocal, pero desde luego no es la única. La entrada de Mario a la batería es, posiblemente, el cambio más significativo de cuantos ha habido durante los últimos 15 años. El ‘Estepario Campurriano’ como le han bautizado desde el seno de la banda, otorga unos matices rítmicos mucho más ricos, estrujando al máximo los compases, sacado de horas en bucle escuchando a Mario Duplantier o a Joey Jordison. A la hora de construir los riffs, Víctor y Pedro han desplegado el abanico dejando ver todas las varillas de su repertorio. Por fortuna, ninguno de los dos se ha mantenido el formol y ambos han puesto en evidencia su gama de inspiraciones que van desde el thrash de ‘Cifras’ hasta el punk más directo, macarra y perfectamente firmable por Evaristo Páramos de ‘Fuera de Control’.
No obstante, la tendencia a un sonido u otro no es ni mucho menos estanca a temas concretos, y es ahí precisamente donde encontramos la mayor revolución en la banda. Como decíamos antes, la banda ha multiplicado su trabajo desatándose el corsé que les unía al local y han podido dar rienda suelta a su creatividad desde la tranquilidad de su sofá, y las cadenas que oprimían la estructura de las canciones quedan abandonadas a su suerte en la jaula del pasado. Si antaño era casi impensable una canción por encima de los 3 minutos, la introducción de diferentes estrofas y riffs dentro de los temas (‘Sombras’ es un buen ejemplo) hacen que la mayoría merodeen y superen esa duración.
Una dilatación del estilo clásico de la banda que donde mejor ve reflejada quizá sea en ‘XIII’, el auténtico hit del álbum que se ha convertido irónicamente, por aclamación popular, en un himno instantáneo que resuena en la parte final de todas sus actuaciones desde que saliese el disco, concebida, de hecho, para el escenario. ¿Y qué resulta tan irónico? Pues que probablemente sea el tema donde mayor cambio de registro han hecho a tenor a su discografía previa, tanto en lo mencionado anteriormente, como en la novedosa carga melódica dotada por Pedro a través de solos y en su fabulada letra.
La madurez, maldita virtud, o las nuevos circunstancias y la perspectiva nueva de la misma. La aportación de todos los miembros en las mismas. Sea por lo que fuere, los envenados dardos frente a problemas endémicos de carácter global como la corrupción, el abuso policial o el maltrato animal pierden fuelle en la temática (si bien mantiene coletazos como el recuerdo a las víctimas del franquismo de ‘Soledad’ o la amarga visión de una víctima del poder eclesiástico de ’30 años’). En su lugar, toma un tono más metafórico en los que se centra el problemas más personales, propias del día a día, desde la construcción de historias.
Quizá la edad lleve, imperceptible pero inexorablemente, a buscar los problemas (y por lo tanto, las soluciones) en uno mismo en lugar de en los demás. Una mayor instropección personal que también figura entre las temáticas preferidas de A.R.D.E.N. y que encontramos en ‘Morir’, single principal del álbum y que en su colaboración con ‘Mala Reputación’ habla por si misma de hasta donde la banda de Zurita ha expandido sus límites imbrincando sus faceta más metalera con la más melódica y que, además, ha resultado bien premonitoria o bien reveladora. Cosas de mirar dentro de uno mismo, supongo.
Vivir
Es cuestión de tiempo
Mañana se puede acabar
Morir
Sin arrepentimiento
Mañana se puede acabar
El tiempo no es dinero
ninguno de los nuestros
se tiene que apagar
Efectivamente, el tiempo, ese hijo de puta que siempre da menos de lo que necesitas de él, ha acabado (al menos de momento) con una historia que comenzó en el Buddah Groove hace 17 años. Con un affaire entre el escenario y el público enmarcado en las mismas entrañas de la banda y canalizado a través de la figura de Corchos, quien abandona A.R.D.E.N. para centrarse en su vida, personal y familiar. 17 años en los que como él mismo ha comunicado, ha vivido de todo, desde lo más bonito a lo más calamitoso que acompaña al ‘underground’, pero que ahora dan lugar a un nuevo capítulo vital con el objetivo, efectivamente, de que no quede ningún arrepentimiento en el tintero.
¿Y en cuánto a la banda? Ya os he dicho que la canción es reveladora y premonitoria. “Ninguno de los nuestros, se tiene que apagar”, ¿verdad? Pues efectivamente, han anunciado que seguirán adelante, aunque evidentemente dejando la situación en impasse mientras se busca un front-man por encima de un vocalista. Y es que, a pesar de la clara mejoría que Corchos ha demostrado a la hora de cantar, claramente palpable en el álbum a través de una voz mucho mejor armonizada que en el pasado, confiada de dar rienda suelta a sus registros más melódicos, su omnipresente figura y carisma sobre las tablas es su mayor aval, y el de la banda al completo, cuando se suben a un escenario.
Complicada búsqueda tienen por delante los demás, a quienes de momento no les esperéis dando actuciones en vivo. Ellos mismos han comunicado que, casi dos años después de este lanzamiento, se reenfocarán en la composición de nuevas canciones, pero continuarán. Consideran, acertadamente, que se encuentran en uno de sus mejores momentos y quieren seguir alimentándose de la adrenalina de sentirse, a título personal, en la cresta de la ola. La escucha de este trabajo no hace sino refrendar esa opinión. Aunque sin Corchos, nada será igual, aun les quedan fuerzas y malas maneras.
David Bárcena