Ya hemos hablado en varias ocasiones en esta sección de la transición entre los ochenta y los noventa y como muchos de los grupos que habían hecho grande el Metal en sus distintas variantes pocos años antes andaban como pollos sin cabeza ante el cambio de tendencia y la llegada del Grunge como nuevo paradigma. Iron Maiden sin Dickinson, Judas sin Halford, W.A.S.P. intentando pillar influencias de Nine Inch Nails, Skid Row mirando a los riffs gordos de Pantera, Kiss haciendo música triste… un sin dios que llegaría a su culmen el día que Metallica se cortaron el pelo.
Con tres muy buenos discos a las espaldas que les habían colocado entre los más grandes, el 24 de Septiembre de 1990 Megadeth lanzaron la que por muchos es considerada su obra cumbre: Rust in Peace. La evolución perfecta de un Thrash Metal que alcanzaba las cotas más altas de complejidad sin perder nada de crudeza. Pero el 12 de Agosto de ese mismo año sale el Álbum Negro de Metallica, responsable en gran medida (en palabras de Mustaine) de que Megadeth también giraran el timón hacia canciones más directas, con desarrollos más cortos y con estribillos claros.
Desde la distancia y la nostalgia, los ochenta son ahora absolutamente reivindicables, pero recién comenzada la década hubo claro movimiento de alejamiento que se puede apreciar simplemente fijándose en el cambio de concepto en el arte de este álbum con respecto a los anteriores. Hugh Syme, creador de icónicas portadas, como la del Slip of the Tongue de Whitesnake, el New Jersey de Bon Jovi, el Get a Grip de Aerosmith y gran parte de las de Rush, iba a reflejar de forma clara la tendencia más realista de la última década del S. XX.
Cuando salió el Countdown mi grupo de amigos rondaba los quince años. Algunos les seguían “desde siempre” (probablemente algunos meses antes) y otros no nos enganchamos del todo hasta que salió la banda sonora de El Último Gran Héroe, ya en el ’93. Recuerdo en ese intervalo de tiempo a mi amigo Sergio pasándome un auricular mientras suplicaba que “les diésemos una oportunidad”, sin duda, el enfoque de este álbum era una red perfecta para captar a nuevos fans, y consiguió que en pocos meses más estuviésemos a fuego con ellos y en pocos meses más hasta el cuello dentro de Slayer.
Historias generacionales a parte, está claro que nos encontramos ante el disco que iba a marcar la tendencia en su carrera durante toda la década, antes de que volviesen a su propio sendero a la altura de The World Needs a Hero. Pero no sólo eso, también puede ser enmarcado como uno de los discos que marcan la dirección de muchas otras bandas, que abrazaron ese metal algo más accesible. La categoría Metal de los Grammy se creó en 1990, para mal o para bien el Thrash Metal había salido de los garajes más mal olientes y se había colado en las entregas de premios.
Pero se puede hablar eternamente del contexto y la influencia histórica de un disco y no ser capaz de trasladar lo más importante… Las canciones: Symphony of Destruction y la propia Countdown to Extinction son dos singles incuestionables que se quedan para siempre en la cabeza de quien las escucha por primera vez. Temas como Skin O’ my Teeth, Foreclosure of a Dream o Sweating Bullets no recibieron tanta atención pero no les quedan muy lejos. Aunque es cierto que no todos los temas son tan rotundos y perfectos, el nivel general del disco es excepcionalmente depurado.
Aquella formación mágica: Dave Mustaine / Marty Friedman / Dave Ellefson / Nick Menza se mantendría estable hasta el fatídico Risk (1999) en el que Jimmy Degrasso entró a sustituir a Nick, y poco después se produciría la salida de Friedman. Megadeth se repondrían relativamente pronto reenfocando su carrera con un sonido más cercano a su primera etapa y un puñado de muy buenos álbumes que pillaron a todo el mundo con la guardia baja y las expectativas por los suelos.