¿Te recorre un escalofrío cuando detienes tu coche en una gasolinera un poco más destartalada de la cuenta? ¿Piensas en Psicosis cada vez que dejas atrás un motel a pie de carretera? ¿Escuchas la música de un banjo y te resulta imposible no pensar en Deliverance? ¿Ves una motosierra y te trasladas automáticamente a Texas?
Si has contestado afirmativamente al menos a tres de estas cuatro preguntas, estoy segura de que tienes una imagen mental más o menos clara de lo que es ese gran estereotipo al que nos solemos referir como “América profunda”.
Este estereotipo empezó a obsesionarme hace como unos 20 años, cuando el estreno de La casa de los 1000 cadáveres me abrió la puerta a una serie de largometrajes que transcurrían en el mundo rural estadounidense a plena luz del día. Fue ahí cuando me pregunté ¿cuál será el origen de ese concepto? ¿Por qué si no hemos conocido de primera mano los paisajes, las gentes y sus costumbres de esa “Norteamérica”, nos resulta tan reconocible?
Desde que me formulé esa pregunta hasta la creación de “América profunda. Cine norteamericano de terror rural” han pasado mil cosas. Así que te invito a hacer scroll para conocerlas y sumergirte en este proyecto y, de forma paralela, un poco en los últimos 20 años de mi vida.
Rocío Alés