El tercer LP de The Clash salió a la venta en el Gran Bretaña el 14 de diciembre de 1979, mientras que en Estados Unidos lo hizo pocos días después, ya en enero de 1980. Claro, así no hay manera de aclararse: ¿quedamos en que “London Calling” es uno de los mejores discos de los setenta o de los ochenta? La verdad es que este dilema no deja de ser una chorrada enorme; pero no por ello deja de funcionar como metáfora de las muchas contradicciones que envuelven la historia de un álbum tan enorme como este.
Pongámonos en situación: The Clash venían de publicar dos discos excepcionales (“The Clash” (1977) y “Give ‘em enough Rope” (1978)), y tras la desaparición de los Sex Pistols prácticamente se habían quedado solos en el puesto de Mayor Banda de Punk del Reino Unido. Pero, en la vorágine del estallido punk de 1977, bastaban un par de años para que un sonido pasara de encabezar una revolución a que se le considerara reaccionario. Por otro lado, su discográfica (la multinacional CBS) era consciente de las posibilidades comerciales del grupo, así que les pusieron una buena suma de dinero encima de la mesa para que se lanzaran a hacer algo nuevo e importante. Según las leyes no escritas del punk berdadero, esta propuesta tenía que ser una trampa de la industria, y aceptarla supondría una traición al movimiento. Sin embargo, a estas alturas el grupo se movía ya lejos de las casas okupadas y las calles sucias desde las que parieron su primer álbum, y tratar de aparentar lo contrario supondría engañar al público y a sí mismos.
Así que entendieron que era el momento de ampliar horizontes. Marcharon a Nueva York para empaparse de nuevas ideas, y tras varias semanas de intensísimo trabajo en el estudio de grabación regresaron con un álbum doble bajo el brazo titulado “London Calling”. El sonido lustroso de esos 19 temazos dejaba claro que se habían esmerado en limpiar el esputo eléctrico de sus discos anteriores. Ahora las guitarras limpias, los pianos o los vientos brindaban personalidad a un sonido bastardo, hijo de mil padres. Himnos rockeros como la copa de un pino (“London Calling”, “Death of Glory”, “Hateful”, “Clampdown”…) conviven en este LP con piezas más sofisticadas ( “Lover’s Rock” o “The Card Cheat”), guiños al rock’n’roll de los cincuenta (“Brand New Cadillac”, “Jimmy Jazz”), al soul (“Train in Vain”), y sobre todo ecos de la explosión de música jamaicana que se vivía en Gran Bretaña a finales de los setenta (“Rudie Can’t Fail”, “Revolution Rock”, “Guns of Brixton”, “Wrong’em Boyo”). Y a pesar de que la mayoría de ellas siguen siendo canciones de rebeldía y libertad, también se aprecia un cierto paso a la madurez en letras que hablan sobre la decepción (“Death or Glory”) o la depresión (“I’m Not Down”).
Pero ¿y qué tienen en común temas tan sumamente diferentes? Ante todo, que molan la hostia. Porque cada una de estas canciones es una lección magistral de cómo construir canciones rock perfectas, inmediatas y cargadas de una energía irresistible. Y también de hacerlo en un lenguaje accesible para gentes de todo el planeta.
El disco fue un exitazo que vendió millones de copias en todo el mundo y convirtió a The Clash en estrellas a escala global. Este estatus no parece muy coherente con su condición de “grupo comprometido políticamente”. Incluso en temas como “Lost in the Supermarket” o “Koka Kola” se mostraban muy críticos con la sociedad de consumo en la que estaban participando como una mercancía más. Como he comentado más arriba, el arrojo con el que manejaban su carrera a menudo les hacía caer en grandes contradicciones. Aunque a su favor hay que decir que tampoco se vendieron baratos: consiguieron imponer a un gigante como CBS todo tipo de condiciones, desde una amplia libertad creativa hasta que “London Calling” llegara a las tiendas a precio de LP sencillo a pesar de ser doble.
Por otro lado, The Clash tampoco pretendían exponer un programa político estructurado y articulado. Lo suyo era una llamada a la acción mucho más primaria, que trataba de sacudir y emocionar al oyente más que ofrecerle respuestas claras. Porque, seamos serios, resulta muy difícil entender qué pretendían contar en la letra de “Spanish Bombs”, pero no por ello la canción es menos emocionante. Del mismo modo que su guerra contra el sistema establecido no buscaba ganar con batallas a campo abierto, sino movilizar al personal a través una estrategia de guerrillas. De hecho, en diciembre de 1980 publicaron el triple álbum “Sandinista” (bastante más chungo e inaccesible que este, aunque a día de hoy me gusta ligeramente más que “London Calling”), lo que significa que en apenas doce meses The Clash sacaron nada menos que 55 canciones. Se les podrán poner las pegas que hagan falta, pero en capacidad para convencer al público a base de más y más temazos impepinables ninguno les pudo ganar en su momento. Y, visto lo tremendos que siguen sonando sus discos a día de hoy, se puede decir que casi cuatro décadas después The Clash permanecen invictos.
Comentario por Carlos Caneda