Hace mucho tiempo, antes de internet, cuando España aun se estaba recuperando del franquismo, se jugaba en la calle y el asfalto no era tan liso, a veces un mal tropezón llevaba a una herida fea, de las que ya no se ven en las rodillas de los niños. Ahí entraban las casas de socorro, los primeros centros de atención primaria por los que tal vez pasaste, si tienes los años que te supongo, y por mala fortuna te hiciste una brecha que necesitase un par de puntos.
Como en El Fin de la Infancia de Arthur C. Clarke, todo lo que conocimos se está desvaneciendo. Nuestro Mundo desaparece ante nuestros ojos, y se sobrepone otro que no acabamos de comprender. Otro ante el que no nos queda otra que irnos echando a un lado, retirarnos a nuestras reservas, a seguir recordando como solían funcionar las cosas y dejar que los jóvenes vayan ocupando cada vez más espacio, construyendo lo suyo, lo que, queramos o no queramos, cada vez nos será más ajeno.
Esta dualidad es protagonista del último par de discos de este proyecto instrumental en el que participan tres habituales de la música en Cantabria, David G. Estébanez, Santi Buil y Ramón Envolvente anteriormente a veces juntos y otras no en bandas como Sierra Nevada, Lazy, Spanish Peasant, Small Details… Las portadas vistas juntas aportan un fuerte contraste, de un lado una fotografía de Rosa Bokeh en la que observamos, de espaldas a un viejo mirando al mar, agotando sus últimos días desde la tranquilidad de quien ya no necesita retos excitantes, de otro un dibujo infantil, de Beatriz Gutierrez, hija de Ramón… en ese momento de la vida en la que la abstracción no es un sesudo ejercicio, si no una forma natural de representar la realidad.
Toda La Casa de Socorro gira en torno a los dibujos de Bea. Intentar poner banda sonora a las imágenes que ella crea, y que Ramón colecciona como tesoros. Así las composiciones viajan libres, como un niño pintando en una hoja. Sin expectativas, sin ataduras, sin respeto a los cánones de ningún estilo.
Nueve temas en total, publicados en poco más de un año que nos permiten viajar, sin rumbo establecido, admirando el paisaje musical que se está trazando ante nuestros oídos.