

El Requiem de Mozart es, probablemente, mi obra clásica favorita. Me enamoré allá por los noventa, después de leer a Tilo Wolff hablar sobre ella en una entrevista. Recuerdo una larga conversación bastante desacralizante alrededor de unos Kalimotxos en el Niagara, en la que entre otros CD’s, me cambiaba este con mis amigos. Lo tenía en casa gracias a la Gold Collection de Sony, que poco antes me había regalado mi padre para saciar un poco mi hambre voraz de música de cualquier tipo. Algún tiempo después la conseguí en DVD en una colección de Kiosoko, y le debí desgastar el policarbonato de tantas vueltas. Por aquellas estaba muy a fuego explorando el gotiqueo, y no se me ocurren cosas mucho más góticas que morirte sin que te de tiempo a terminar un Requiem.
En junio de 1791, Mozart ofreció en Viena uno de sus mejores y últimos conciertos públicos; tocó el Concierto para piano n.º 27 (KV 595). Su último hijo, Franz Xaver Wolfgang Mozart, nació el 26 de julio.
Días antes, en su hogar, se presentó un desconocido, vestido de negro, que rehusó identificarse y encargó a Mozart la composición de un réquiem. El desconocido le dio un adelanto y quedaron en que regresaría en un mes. Pero el compositor fue llamado desde Praga para escribir la ópera La clemencia de Tito, para festejar la coronación de Leopoldo II.
Cuando subía con su esposa al carruaje que los llevaría a esa ciudad, el desconocido se presentó otra vez, y preguntó por su encargo. Esto sobrecogió al compositor.
Más tarde, se supo que aquel personaje (al parecer, llamado Franz Anton Leitgeb) era un enviado del conde Franz von Walsegg, músico aficionado cuya esposa había fallecido. El viudo deseaba que Mozart compusiese la misa de réquiem para los funerales de su mujer, pero quería hacer creer a los demás que la obra era suya, y por eso permanecía en el anonimato.
Según la leyenda, Mozart, obsesionado con la idea de la muerte desde la de su padre, debilitado por la fatiga y la enfermedad, muy sensible a lo sobrenatural por una supuesta vinculación con la francmasonería en esa época de su vida[cita requerida] e impresionado por el aspecto del enviado, terminó por creer que este era un mensajero del destino y que el réquiem que iba a componer sería para su propio funeral.


La Joscan es una orquesta formada principalmente con estudiantes de los conservatorios de Torre y Santander, que van accediendo a la experiencia de tocar en una orquesta profesional con eventos como este. Si quieres saber más de ellos les puedes seguir en Insta. Estuvieron acompañados del coro Adamar con Sara Castrillo a la batuta y Ángel Ódena, Jose Luís Sola, Marina Pardo (Hermana de Inés!), y Sonia de Munck como solistas. Dirigidos todos por Iván López Reynoso.

Aunque había muchos planes apetecibles ayer, como la Sesión Extrema en Unquera, o el Viacrucis del Leyendas, optamos por conmemorar la muerte de Brian con el Requiem. Además de apetecernos mucho nos permitía conciliar la vida familiar, que no siempre es fácil.
Fue una experiencia muy intensa, por lo que os contaba al principio, nunca la había visto en directo, y para mi, que no soy ni con mucho experto en música orquestal la interpretación estuvo a muy buen nivel. Al final se trata de eso, de emocionarse, y a la altura del Kyrie ya se me estaban saltando las lágrimas.