NINE INCH NAILS – The Downward Spiral
En verano de 1994 se celebró un enorme evento para conmemorar el 25 aniversario del mítico festival de Woodstock. Asistieron casi medio millón de espectadores, y se retransmitió por radio y televisión a medio mundo. Por allí pasó la plana mayor del mundo del rock, desde Metallica hasta Bob Dylan. Pero la gran sorpresa la dio el show salvaje de Nine Inch Nails, quienes, cubiertos de barro hasta las cejas, tocaron con una violencia inusitada y terminaron haciendo añicos sus instrumentos. Se puede decir que ese fue el día en que el mundo conoció el grupo de Trent Reznor.
Pero tampoco es que entonces fueran unos desconocidos en Estados Unidos. “The Downward Spiral” había salido a la venta el 8 de marzo de ese año, y había conseguido alcanzar el número 2 de la lista de venas de Billboard (ojo, justo dos semanas antes de que “Far Beyond Driven” de Pantera escalara hasta el número 1). Pero la popularidad del segundo LP de NIN (o, lo que es lo mismo, la octava referencia de la serie Halo, con la que Reznor numera la inabarcable colección de LPs, maxis, singles y discos de remezclas que ha sacado con el grupo) se disparó tras aquel concierto. El disco terminó por vender millones de copias en todo el mundo.
“The Downward Spiral” es una amalgama sonora inclasificable. No se le puede etiquetar como metal ni como música industrial. Aunque tiene algo de cada. Del mismo modo que presenta toques de furia punk, de synth pop a lo Depeche Mode, del dramatismo melódico del Bowie más gélido o del espíritu volcánico de Iggy Pop. Pero tampoco es exactamente ninguna de esas cosas.
“The Downward Spiral” es, simple y brutalmente, un descenso a los infiernos de la ultraviolencia, la adicción, la depresión, la autoagresión y, para rematar, el suicidio. Como si fuera una adaptación musicada de la tradición teatral del “Grand Guignol”, suena como una visita a una cámara de los horrores en la que sádicos mecánicos se afanan en perpetrar las torturas más abyectas. Y esto no es del todo una metáfora. El disco está lleno de sonidos sampleados que imitan con una precisión escalofriante el sonido de engranajes herrumbrosos, huesos rotos y miembros arrancados. Este espectacular trabajo de producción corrió a cargo del propio Reznor acompañado por Flood, quien venía de grabar nada menos que “Achtung Baby” y “Zooropa” de U2.
Todas esas ideas se plasmaron en un repertorio imposible, lleno de subidas y bajones de vértigo, con catorce cortes que funcionan en direcciones opuestas. Si el primer single fue la casi pop “Closer” (hay que tenerlos cuadrados para presentarse al público con un himno a la violación en la que hay un “I wanna fuck you like an animal” en el estribillo), con el segundo (“March of Pigs”) se acercaban al hardcore entre guiños a Charles Manson. Y así es el resto del álbum: arrebatos metálicos como los de “Mr. Self Destruct” o “Eraser” colisionan con el ambient de “A Warm Place”, las melodías lascivas de “Piggy” o “Reptile” chocan con el macarreo de “Big Man with a Gun”… así hasta el final del disco con la apabullante “Hurt” (sí, la que Johnny Cash versioneó años más tarde, que ya era acongojante en su versión original).
El disco es una buena muestra de la estética de la violencia desbocada y la depresión que arrasó durante los años del grunge. Había ganas de mear en la fachada bienpensante de doce años de puritanismo norteamericano bajo gobiernos republicanos. En la primera mitad de la década de los noventa la cultura de masas se cubrió de un imaginario que parecía sacado de aquellos magazines de sucesos que dedicaban especiales a las niñas de Alcasser, a Anabel Segura o al Crimen del Rol. Qué truculento era todo, madre mía.
Sí, “The Downward Spiral” se apareció solo unas semanas después de que se publicara la versión que hicieron Guns N’ Roses del “Look at Your Game, Child” de Charles Manson, y apenas unas semanas antes de que Kurt Cobain se suicidara. Y la onda expansiva que provocó la aparición de la novela “American Psycho” (1991 de Brett Easton Ellis aún no se había disipado. En medio de todo aquello, el propio Reznor fue el encargado de recopilar las bandas sonoras de “Asesinos natos” de Oliver Stone (1994) y de “Seven” de David Fincher (1995), dos iconos del tremendismo de la época. Y también estuvo detrás de la producción de “Smells Like Children” (1995) y de “Antichrist Superstar” (1996) de Marilyn Manson, que es otro que tal baila.
No hay duda de que con este disco NIN consiguieron captar y reproducir el espíritu de su tiempo. Pero más allá de llegar a convertirse en un producto de moda (y de haber roto el tabú rockero hacia la música electrónica en Estados Unidos), a día de hoy la colección de canciones de “The Downward Spiral” siguen sorprendiendo e intimidando. Entre los aficionados queda el debate sobre si la cumbre del grupo está en este o en “The Fragile” (1999). Sea cual sea el ganador, tanto estos dos álbumes como otras decenas de canciones repartidas por toda su discografía dan fe del talento desbordante de Reznor, posiblemente una de las figuras vitales del rock americano de las últimas décadas.
Comentario por David Boring