Supongo que pocas cosas se puedan añadir a las ya dichas sobre por qué Bruce Springsteen es quién es. No voy a entrar en que con 73 años sigue siendo un fenómeno de la naturaleza y que, aunque se le nota, su frescura vital sigue siendo la misma.
Sería fácil quedarme en sus canciones, sus historias, sus estribillos, su rock comprometido, su mundo particular, su periodismo de pentagrama, su Promised Land… y tampoco entraré a analizar que esta gira -jarro de agua templada para verdaderos fans- creo que no está al nivel de otras.
En lo que quiero centrarme en estas líneas es en lo que para mí hace grande a este artista, pero grande-grande-grande-superlativo: su capacidad para trasmitir energía.
Muy pocos son capaces de llenar un escenario, un estadio o una ciudad con su energía. Colocarse encima de las tablas y durante 50 años dar conciertos de más de tres horas que te traspasan y te elevan hasta donde ningún otro lo consigue. Más allá de otros muchos aspectos… eso es para mí Bruce.
Ni su música es la más complicada, ni su voz es la que más armónicos produce, ni es capaz de dar cinco escalas, ni es el mejor guitarrista, ni es el que más cirugías tiene… sin embargo, no sólo lo hace todo bien sino que sigue siendo aquel niño que tocaba con una guitarra de cuarta mano encerrado en su destartalada casa de Freehold.
Para mí es un ejemplo desde hace muchos años (décadas). Y es lo que siempre intento poner en cada cosa de las que hago. El 100% de mí. De él he aprendido a salir a la pizarra cada día y vomitar todo lo que llevo dentro hasta que no me quede voz y a sentirme feliz y vacío después de cada “actuación”. Regalar mi energía porque “tramps like us, baby, we were born to run”.
Luís Miguel Artabe
Fotos Luís Miguel Artabe y Página Oficial