El alma errante vaga por torcidos senderos preguntándose
si hay algún sentido en el zigzagueo alocado de la Vida,
si el dolor conduce a una Epifanía
o si el pecado de la Razón, que nos separa del resto del mundo animal,
solo tiene como meta la inmensidad de la Locura.
El alma errante abandona, entre preguntas, el reino de un sol moribundo
y se adentra en el abismo de la noche
y en su hora más temida la voz de una vestal acompaña su paso
y hasta le parece oír campanas que hablan de una divinidad oscura
A la que se conjura con las manos abiertas, ahítas de pecados.
La alocada danza de los espíritus le guía
Por entre un bosque de velos a los que un viento húmedo azota
Y al fondo una voz, una cadencia antigua,
Que, siguiendo el ritual de las tristezas,
Canta una canción de cuna para un fantasma.
Hay obras que son mucho más que una novela o un disco. Obras que, como un camino iniciático, abren tu alma a otros mundos, a otras épocas, a otras vidas. “Within the Realm of a Dying Sun” es la tercera obra de un grupo ya de culto, Dead Can Dance, pero también es mucho más.
El dúo de Lisa Gerrard y Brendan Perry es especialista en devolver la vida a instrumentos antiguos, muchos de ellos medievales, convertir en canciones versos del Siglo de Oro español, así como captar sonidos de otras latitudes e incorporarlos a su particular universo. Y de esa mezcolanza entre el post punk de los 80, el folklore del Medievo y hasta el canto gregoriano, surgen los fascinantes paisajes sonoros de esta maravilla.
Un disco que se puede dividir claramente en dos: el más terrenal, por el que nos conduce la atormentada voz de Brendan Perry, y que culmina con uno de los mejores temas del grupo, “Xavier”; y otro mucho más eclesiástico (sí, creo que ésa es una buena palabra para definirlo), porque Lisa Gerrard nos traslada a un mundo que está en el secreto de la divinidad, convirtiendo los cuatro últimos temas del álbum en algo así como un sacramento, un rito pagano en el que su su voz de otro mundo, que muchos recordarán de los pasajes más épicos de la banda sonora de “Gladiator”, hace estremecer nuestro alma hasta el infinito.
Este es un trabajo complejo, colmado de pequeños detalles que permiten su escucha a lo largo de diferentes momentos de tu vida, priorizando más una parte u otra, según el estado de ánimo y momento vital.
Y, así, reconozco que a mis 20-30 años mis temas favoritos eran los cuatro primeros y, especialmente “Xavier”, pero después de más de 20 años puedo ponerme en bucle la segunda parte y disfrutar como una loca del endiablado ritmo de “Cantara” o llorar fascinada, con el vello de punta, ante la devastadora inmensidad de “Summoning of the Muse”.
Mención final a la icónica portada del álbum, la fotografía de una tumba del cementerio parisino de Père-Lachaise, donde se muestra a un fantasma que parece volver a su tálamo después de un viaje y con la que se advierte al incauto de que está a punto de entrar en un terreno extraño, aterrador pero también fascinante.
Klara Ana Salas