Viernes 28:
Puede que un descampado de Madrid a las cinco y media de la tarde no sea el lugar idóneo en el que plantarse en plena ola de calor pero allí estábamos, untados en crema solar y con la botella de agua preparada: el Download estaba a punto de empezar y las expectativas estaban muy altas. Reconozco que especialmente en estos momentos de insolación me planteé si no habría hecho mejor esperando unos días para ir al Resurrection, pero al final me decanté por el cartel madrileño. El anuncio de Tool (los putos TOOL) captó mi atención y cuando se desveló el elenco de bandas nacionales no dudé en pillar la entrada. Personalmente, encontré un mayor número de grupos interesantes en la mitad inferior del cartel y conforme avanzó el fin de semana me fui reafirmando en esta idea.
Eso hizo que pasase buena parte del tiempo en la zona de los escenarios pequeños, y aquí tengo que hacer un paréntesis sobre la organización para quienes no suelan ir a macrofestivales o quien como yo no haya ido a uno desde la prehistoria (Sonisphere de 2011). Donde antes había un escenario ahora hay cuatro, cosa que parece haberse normalizado en estos eventos, divididos por parejas y creando dos zonas que en la práctica dan la sensación de ser dos festivales simultáneos. En los dos escenarios principales se amontona la gente en la imagen típica cuando uno piensa en macrofestivales, mientras que queda una zona con dos escenarios pequeños dedicados a las bandas menos conocidas y en un ambiente mucho menos cargado.
Me dirigí a esta segunda zona donde Hiranya, banda local, se encargó de abrir el festival con todo un despliegue de energía, especialmente por parte del bajista y por momentos front man. La gente no tardó en reaccionar demostrando que llevaban mucho tiempo esperando ese día y empieza el primer pogo a los apenas 10 minutos de festival. Primeras caídas, primeras sangre y un señor con una manguera roba todo el protagonismo mientras la banda sigue tocando con un sonido, cabe decir, un poco defraudante: el volumen de los distintos componentes estaba desequilibrado y costaba escucharlos a todos. El problema fue solventado en parte por la actitud de la banda mientras mostraba su último trabajo, Breathe Out, y adelanto que no volví a escuchar algo así en el resto de conciertos.
Justo después empezaba Le temps du Loup en el escenario de al lado, power trío que no me había parado a escuchar hasta verlos en el cartel (punto a favor de los festivales por su potencial en cuanto a visibilización de grupos). Aunque me gusta el estilo, un concierto de post-rock instrumental se puede hacer fácilmente cuesta arriba pero se defendieron bien con un sonido cojonudo y no les faltó la atención del público. Por otro lado, durante toda la primera mitad del día tuve la sensación de estar viendo conciertos muy buenos, que sin duda merecieron la pena y no defraudaron, pero que tampoco fueron mucho más allá. Y es que los momentos en que me daría vueltas la cabeza estaban reservados para el final.
Les siguió Vita Imana, por lo que tocaba dirigirse al inmenso escenario principal del tamaño de un edificio de cinco plantas en el que esperaban expectantes unas diez veces la cantidad de gente que en la zona anterior. Traté de avanzar lo posible hasta que me topé con una valla: zona VIP. Y ya sé que en el fondo es un negocio, pero creo que hay formas menos descaradas de montarlo sin aguar la fiesta. Por el momento decidí ignorarlo y centrarme en la música: tocaron buena parte del último disco empezando con No en mi nombre, y más adelante no faltaron las míticas Gondwana y Un nuevo sol con un público que quedó rendido y les seguía incluso con las nuevas letras.
No quedó duda de que Bosa está cargado de temas muy potentes como Desfiguradas o Desdoblamiento, pura fuerza bruta capaz de crear una tormenta en directo. Sin bajar el nivel y al ritmo de la percusión de Vita Imana la tarde avanzaba y se acercaba el momento de Children of Bodom. Los finlandeses tenían la portada de Hexed colgada a modo de enorme bandera morada: traían nuevo disco y llegaban con ganas de enseñarlo. Sonaron de puta madre, impecables, y quizá con eso sea suficiente pero no transmitieron la energía que uno se esperaría al escuchar las grabaciones. Me quité la espina de verlos en directo aunque creo que el resultado puede ser un poco frío para los que no estén muy metidos en su música.
Me gustaron más The Wizards, bandaza bilbaína de heavy metal con un toque power metalero, y que en contraste con los anteriores dejaron claro que las bandas nacionales, jóvenes o en definitiva poco conocidas, forman tan parte del cartel como los cabezas. Ya de noche, llegaron tres de los mejores conciertos que ví en todo el fin de semana y entre ellos el mayor descubrimiento.
Primero le tocó a Sabaton, banda sueca con apariencia de típicos nórdicos vikingos flipados, con letras históricas y un rollo bélico que de primeras no me entra por el ojo, pero con un fondo que transmite una total falta de seriedad y hasta un punto cómico que hace que me recuerden más bien a los Village People. Esto me mata y allí estaba: coreando estribillos dedicados al puto Bismarck. Yo y todos, porque desde su escenario lleno de trincheras, entre las llamaradas, los vídeos en la enorme pantalla y el carisma del cantante celebrando que seguíamos vivos después de estar todo el día a 40 grados, dieron un espectáculo con el que se metieron al público en el bolsillo. Sacaron toda la artillería con Ghost Division, Shiroyama, Carolus Rex, Primo Victoria… Y anunciaron su vuelta a Madrid con Amaranthe y Apocalyptica el próximo febrero.
Después de este despliegue tocaba cambiar de ambiente por completo. El escenario de Mantar era un lugar oscuro y solitario, llenado solo por el dúo alemán de guitarra y batería. Les fastidiaron los solapes ya que a esa misma hora tocaban sus compatriotas Scorpions en el escenario principal, pero fue una grata sorpresa ver la cantidad de gente que se acercó a verlos. Tienen un estilo a medias entre el doom y el hardcore, lleno de ruido, barro y negrura. Incluso sin interactuar demasiado con el público la conexión era evidente y no se les podía ignorar al verlos darlo todo de esa manera. Fue al empezar Era Borealis cuando la gente se vino más arriba y toda contención fue aniquilada cuando estallaron los coros, este es un temazo muy recomendable para entrar a conocerlos. Superaron de sobra mis expectativas y yo ya hubiera dado por terminado un feliz día de atiborramiento musical, pero quedaba la gran sorpresa.
En principio, la idea era que a esa hora tocaran Turbonegro y Chevelle pero apenas dos días antes la organización del festival anunció la cancelación de Chevelle y su sustitución por Rolo Tomassi. Les di una escucha por encima y sonaban bien así que decidí ver qué tal en directo. Motivado e inocente me planté en segunda fila, pero tengo que decir que no estaba preparado: me pasaron completamente por encima. En mi defensa diré que no fui el único que se quedó con la boca abierta. Fue un espectáculo francamente hipnótico. Puede que la brutalidad y la elegancia parezcan conceptos opuestos pero aquí los unieron en una combinación que resultaba natural y creíble. Incluso ahora a posteriori cuando he podido escuchar sus canciones con calma me sigue sorprendiendo cómo han podido traducirlas a un directo tan fuerte. Totalmente recomendables para los afortunados a los que se les ponga a tiro verlos.
Fueron el broche de oro para un primer día genial en el que me fui con buen sabor de boca. Tenía muchas ganas de ver lo que estaba por llegar, el cartel de los siguientes días no prometía menos…
Sábado 29:
El sábado volví a aparecer en el recinto de la Caja Mágica y de camino ya iba viendo formarse un pequeño ejército de personas con camisetas de Slipknot, quienes prometían ser el plato fuerte de la jornada. Llegué cuando faltaba poco para empezar el segundo concierto y Graveyard iba a salir al escenario. No hay que confundirlos con la banda del mismo nombre procedente de Gothenburg, su cantante (también cantante de Foscor) dejó las cosas: “Somos Graveyard. No somos suecos, somos de Barcelona y esto es death metal”.
Lo siguiente que recuerdo es un recital de puro death metal de libro que podría servir de banda sonora para un museo dedicado a este género. Aunque breve, pues a los primeros conciertos les dejaban entre 30 y 40 minutos, sentaron un buen clima para lo que estaba por llegar: tocaba la homilía de El Altar del Holocausto. Me fui para la primera fila como buen parroquiano a verlos salir a aquel escenario adornado con crucifijos, con las vestimentas blancas que los cubrían por completo convertidas en un elemento más de mortificación bajo aquel calor abrasador, purificación por el fuego. El ambiente de fanatismo religioso y el sentido del espectáculo de la banda consiguieron crear un estado de admiración febril, tal vez potenciado por el riesgo de insolación, que no hizo sino sumar y atraer la atención de forma magnética hacia su música, que es aún mejor. En el directo a la gente no le quedó otra que caer en la devoción y verse dominados por el ritual que estaba teniendo lugar. Formaba parte de la gira de su último disco (IT), entre mis favoritos de este año, y puede que no consiguiera baquetas ni púas en todo el festival pero me llevé la bendición del guitarrista del Altar, que vale mucho más. Como colofón terminaron la enorme actuación repartiendo discos a diestro y siniestro entre el público.
Hasta ahora había tenido suerte con los solapes y no había tenido grandes dilemas al elegir qué bandas ver. Las dos siguientes fueron las únicas que me dolieron, dejé de lado a Rival Sons y Amon Amarth para escuchar dos bandas nacionales a las que hasta verlas en el cartel no había dedicado demasiada atención. Ànteros venían de Barcelona y definiéndolos de una forma bruta encajan dentro del post-rock (casi) instrumental, con algunas voces desgarradoras muy bien metidas en momentos clave. Me decidí a verlos después de escuchar su disco Cuerpos Celestes y parecerme todo un regalo para los oídos, y en directo hicieron que no me arrepintiera con un sonido cojonudo.
El siguiente caso, Megara, es algo más particular. Previamente al festival, escuchando sus temas y viendo sus videoclips me parecieron algo superficial y con poco que ofrecer. Me parecían más enfocados en el espectáculo que en la música, pero el caso es que no dejé de escuchar y después de varias vueltas he llegado a considerar que detrás de todo ese show hay un trabajo honesto y algo más de profundidad de lo que parecía. Se han hecho fuertes en la desacralización del rock, de hecho se etiquetan como fucsia rock, color que no falta en sus vídeos y conciertos, donde también incluyen elementos que resultarían muy extraños en otros grupos como coreografías o figurantes y actores representando pequeños actos entre tema y tema. Su sentido del espectáculo no tiene nada que envidiar al del Altar y probablemente lo supere, aunque en una dirección muy diferente. Salvaron un inicio cargado de problemas técnicos con una actitud muy profesional y ofrecieron un espectáculo francamente interesante y divertido, lleno de interacción con un público al que llevaron al peculiar país de las maravillas en el que está ambientado su disco del año pasado.
Una vez terminó Megara llegué al escenario principal solo con tiempo para ver acabar a Amon Amarth, que repetían entre trago y trago de su cuerno vikingo: “¡Salute! Bien, bien…”, en claro alarde de su castellano nivel medio. Me quedé en ese escenario aunque quedaba una hora de espera, pero es que los siguientes eran Slipknot y preveía que si quería un sitio decente no quedaba otra. Con la lección aprendida del día anterior me metí hacia la parte derecha del escenario, donde no existía zona vip. Una enorme lona negra tapaba el escenario mientras los operarios le daban forma, y el ambiente del concierto se empezaba a establecer mucho antes de que empezara. Se iba llenando y convirtiéndose en un auténtico mar de gente donde el personal estaba ansioso y viniéndose muy arriba, algunos parecían dispuestos a empezar un pogo mientras sonaban temas de AC/DC, Pantera y Metallica. No tardó en llegar el momento y pronto empezó a sonar (155) a modo de intro (o de advertencia), y la explosión del público fue tremenda cuando se desgarraba el telón al tiempo que Slipknot lanzaba People = Shit cual puñetazo en el estómago. Me encontré metido en una zona particularmente revuelta, y entre la agresividad de la música y la avalancha de gente aquello se convirtió en una picadora de carne. Me dejé llevar hasta que empecé a asimilar que más de la mitad del sudor que llevaba encima no era mío y que me estaba perdiendo el concierto, así que decidí moverme a un punto más seguro. Aterricé en una zona cojonuda cerca de la parte central desde la que pude ver la que tenían montada: los percusionistas se parapetaban en sus platillos volantes en lo alto de cada lateral, y una serie de plataformas creaban dos pisos por encima del escenario donde se encontraban teclado y DJ. No dejaron bajar el nivel y siguieron golpeando con una contundencia casi física canción tras canción, y el fuego y los bailes de Sid Wilson en una cinta de correr animaban el espectáculo (prácticamente paró solo para dedicarse a perseguir y pegar a uno de los percusionistas). Tocaron Unsainted, que cada vez que la escucho me gusta más, y siguieron con los himnos Before I Forget, The Heretic Anthem y Psychosocial. La fiesta no paró y estoy seguro de que aquel día los fans de la banda se acostaron agotados pero contentos.
Cuando terminaba el vendaval tocaba volver a la realidad y salir de aquella marabunta. Poco se podía hacer más que avanzar como pingüinos pero por suerte el sitio al que quería llegar estaba cerca. En el escenario 2 ya estaba tocando Berri Txarrak y ahora, después de la cacharrería y la fiesta de Slipknot, me encontraba ante un escenario de nuevo enorme pero totalmente vacío con la excepción del trío. Sin llamas, sin parafernalia, con juegos de luces mucho más simples, con una sencillez que daba al grupo una sensación casi de fragilidad dentro de aquel sitio tan inmenso. Pero el caso es que para lo que quieren transmitir probablemente funcione mejor así, a tomar por culo la parafernalia. A estos no les tenía controlados pese a estar rodeado de gente que me aconsejó ir a verlos. Les hice caso porque después de todo se trata de su gira de despedida, y me terminó pareciendo que había una gran diferencia entre el concierto y la grabación: para mejor en el directo donde sonaban con más fuerza y naturalidad. Entre que venía contento de casa y que me gustó su visceralidad fueron un gran final para el segundo día. Anunciaron su vuelta a Madrid en noviembre donde más que probablemente terminen llenando el WiZink.
Ahora tocaba prepararse mentalmente para el día siguiente, que si el sábado había tenido lugar la homilía del Altar del Holocausto, el domingo estaba anunciada la segunda venida de Cristo…
Domingo 30:
Llegaba el gran día, el día prometido, el día en que Tool volvía a Madrid después de doce años sin hacer gira europea y trece sin sacar disco… El culto (porque no se le puede llamar de otra manera) formado por sus aficionados empezaba a manifestarse conforme se acercaba la apertura de puertas y se me iban poniendo los pelos de punta al ver tanta camiseta de Tool. Pero es que ojo a lo que había antes porque las encargadas de abrir ese día eran Bones of Minerva. Y aquí solo queda parafrasear Amanece que no es poco: “En este pueblo es verdadera devoción lo que hay por Bones of Minerva”. Esa misma mañana la organización anunciaba cambios en los horarios y adelantaban el inicio diez minutos por motivos técnicos, con el sospechoso hecho de que ahora cuadraba todo para que el cabeza de cartel tocara solo en su franja horaria.
Cambios de última hora y adelantos en los momentos más calurosos no eran lo mejor para comenzar el día, así que cuando se acercaba el momento no me extrañó ver que la explanada se mantenía solitaria, y pensando “más para mí” cogí sitio en primera fila cerca de donde había visto el día anterior al Altar. Pero cuando salieron a escenario debió salir gente de debajo de las piedras porque al mirar hacia atrás vi cómo se llenaba la zona probablemente con más éxito que el viernes y el sábado. El disco Blue Mountains ha debido dar la vuelta a más de una cabeza y allí estaba la banda para defenderlo. Salieron con fuerza y pronto alcanzaron su atmósfera onírica tan característica. Sigo pensando que el papel de la insolación como potenciador de este tipo de ambiente no está todavía suficientemente valorado, pero sin duda fue un añadido a tener en cuenta. Se notó que llegaban con ganas de encarar los festivales de verano, el sonido estuvo de su lado y llegaron los momentos cumbres de la maravillosa Whales y su nueva canción Madre, interrumpiéndose la atmósfera solo cuando el público se lanzó a cantar el cumpleaños feliz a la bajista Chloé. Me pareció un espectáculo enorme y creo que tras el éxito de su primer disco han seguido construyendo unos cimientos muy sólidos para lo que quede por venir.
Con la brevedad cruel de los conciertos de primera hora terminaban y ahora no tenía muy claro dónde ir. A diferencia de los días anteriores en los que intenté ver el mayor número de bandas posible, decidí tomarme el domingo con más relajación y mis únicos objetivos eran Bones of Minerva, Bala y Tool. Así que no lo vi venir cuando me fui a curiosear a los escenarios principales y de repente una banda de metales nos lanzaba a la cara Bulls on Parade de Rage Against the Machine. Eran los neoyorquinos Brass Against y aunque los había subestimado al ver que eran una banda de covers ahora admito que ofrecen un espectáculo digno de ver. Dando donde más duele al público de ese día siguieron con The Pot de Tool, y más tarde me iba de la zona al ritmo de Killing in the Name para ir a ver a Bala. Este concierto era una excepción puesto que la banda no se encuentra de gira sino preparando su futuro disco, y llebaba dos semanas con la canción Omertá en la cabeza así que eran parada obligatoria. Con un sol tan agresivo como su música, aquella tarde no se encontraban en su hábitat natural y los que no las habíamos visto nunca no pudimos dejar de lamentar que esa fuera su única actuación del año, porque sirvió para ponernos los dientes largos como una muestra de lo que debe ser cuando tocan en su terreno: la oscuridad de una sala pequeña donde llueva sudor y cerveza mientras el sonido golpea hasta tocar hueso.
Bala solapaba en parte con Toundra, y solo los dejé de ver por las ganas de ver a las primeras y porque ya tuve ocasión de escuchar en directo su nueva obra maestra Vortex. Llegué a tiempo solo para ver cómo cientos de personas absorbían Tuareg como si de un estupefaciente se tratara mientras Esteban se comía el escenario principal con cara de felicidad suprema bajo la estrella de siete puntas de Tool. Tras un descanso para reponer energía durante el que tuvimos permanentemente esa misma estrella en la cabeza, volvimos al rato para guardar el sitio desde el que veríamos a los estadounidenses. Es todo un desafío contar la sensación del directo, especialmente cuando estuvieron a la altura de mis expectativas y eso no es decir poco porque rara vez las he tenido tan altas. Parte de mi mente jugaba con la idea de verlos comenzar y de repente despertar en el hospital tras un episodio crítico de síndrome de Stendhal… Y teniendo esto en cuenta avisados quedáis del estado en el que estaba, aunque trataré de controlarme y mantener cierto criterio el resto de la crónica.
Tool es una banda de culto, y como tal, al acercarse el momento la zona del público se iba convirtiendo en un templo lleno de fanáticos deseando dejarse llevar por lo que fuese que traían preparado. El historial de la banda causante de arrastrar a toda esa gente es bastante peculiar. Desde los primeros conciertos donde aparece una banda de idiotas haciendo una música brillante como si les saliera sin pretenderlo, metiendo bromas sobre sexo anal entre tema y tema, hasta transformarse (o desvelarse) poco a poco en los eruditos que llegarían hasta la complejísima producción de 10.000 days hace trece años. Y ahora estaban allí, y la estrella, que había permanecido tumbada colgando como si de una lámpara se tratara, se irguió y comenzaron los suspiros de Maynard que introducían Ænema.
Rehuyendo los tópicos del rock y el metal la banda permaneció relegada a un segundo plano, especialmente el vocalista, en la oscuridad durante todo el concierto. Sin más interacción que un “¡España!” como saludo, la atención quedó dirigida a la música y al espectáculo de luces y vídeo. No tenían cabida las bravuconadas que hubo el día anterior con Slipknot, y tanto banda como público quedaron estáticos a excepción de las miles de cabezas que se movían al unísono como unidos en una consciencia colectiva. El setlist estaba estudiado, era exactamente el mismo que habían llevado a los conciertos previos y cuando los veía allí concentrados e imaginándome cómo repetían el mismo espectáculo una y otra vez, sin venirse arriba en ningún momento, no podía imaginármelos como rockeros. La actitud me recuerda más bien a alguien que practica artes marciales y repite de manera constante el mismo patrón de movimientos, una vez detrás de otra durante meses, buscando la perfección en cada gesto. Así consiguieron un sonido tremendo, pero realmente hay que valorar el espectáculo como una experiencia multisensorial. Los graves envolventes de Chancellor hacían temblar la ropa y, en especial, me gustaría saber qué da de comer Danny Carey a su batería porque ha robado la expresión “muro de sonido” y jamás podré pensar en ella sin acordarme de lo que hace este señor en momentos como el inicio de Jambi. No es que se pueda sentir, es que casi se puede agarrar. En los paneles cobraban vida las clásicas imágenes de Adam Jones y con Descending el crescendo de doce minutos desembocó en un clímax con luces láser sobrevolándonos.
Si me queda algún deseo por cumplir es escuchar Wings for Marie en directo. Aunque la discografía de Tool está llena de bombas y allí dejaron entre otras Schism, Forty Six & 2 y Vicarious. Desde la posición en la que estaba era tremendamente divertido mirar las caras estupefactas de la gente mientras se decían “está pasando” unos a otros, todavía con cierta incredulidad. Con Stinkfist el espectáculo llegó a su final y la bajada a la Tierra fue… devastadora. Se ponía fin al atracón musical que fue el Download de 2019. La mayor parte de la atención quedará enfocada en las bandas más grandes, que dicho mal y pronto ya tienen to’ el pescao vendío. Y estuvieron ahí y lo hicieron de puta madre, pero como última nota me gustaría reiterar el mensaje inicial de que también lo estuvieron bandas más jóvenes y desconocidas, y que solo con este cartel ya hay para echar unas buenas tardes descubriendo música.
Crónica: Antonio Yuste.
Fotos: Antonio Yeste, Nando Müller, Irene Bernad y Rubén G. Herrera.