La rigurosa puntualidad del grupo (algo que no se acostumbra a ver en los escenarios cántabros) pilló por sorpresa a bastantes de los que acudieron al concierto. Las caras de quienes cruzaban la puerta del Escenario Santander y descubrían que por escasos minutos se habían perdido “Babel” o “Ballenas muertas en San Sebastián” eran todo un poema. Bueno, para qué engañarnos: una de esas caras fue la mía.
De todas formas, incluso entre los que llegaron a tiempo se oían comentarios extrañados por la forma en que plantearon del repertorio. El Columpio Asesino parecían tener prisa por quitarse de encima sus mayores hits. De hecho, “Toro” -su tema más famoso con diferencia, el himno generacional que cualquier banda mataría por tenerlo para cerrar sus conciertos- sonó antes del descansillo, cuando quedaba algo así como media hora de actuación. Por contra, se guardaron para la recta final “Huir” o “Preparada”, que fueron de las pocas paradas que hicieron en su último LP. Y cerraron con “Vamos”, esa mutación del clásico de los Pixies que lleva ya dos décadas en su repertorio, una jam desbocada que jamás aparecería destacada entre las más escuchadas del grupo en Spotify.
Supongo que todo esto exasperó a aquellos que acudían únicamente a la caza del hit festivalero de turno. De hecho, un chaval que estaba cerca de mí preguntaba extrañado “¿pero cuándo van a tocar alguna que dé para un pogo?”. El pobre no estaba entendiendo nada mientras todos a su alrededor coreaban a pleno pulmón “Perlas”, “La marca en nuestra frente es la de Caín” o “Ye Ye Yeee”.
Pero es que estos navarros nunca han sido de tirarse por el camino más fácil. Su cancionero es frondoso, y su discografía bien se merece una digestión reposada. Su sonido -abrasivo, anguloso, incómodo, construido a base de guitarras lacerantes, aullidos, sintetizadores obsesivos y baterías a veces sinuosas, a veces rotundas-, más que una simple animación para escenarios de fiestas patronales, parece un paseo por el lado salvaje hasta el final de la noche rockera. En un momento de la actuación Cristina Martínez recordaba desde el micrófono su anterior visita al ES, allá por el 2011, y eso me trajo a la cabeza unas líneas que escribí entonces para Mondosonoro: “El Columpio Asesino (…) subieron a los Pixies y a Suicide en el stuka de Primal Scream y bombardearon el auditorio con bilis y electricidad malsana“. Y creo que estas mismas palabras sirven para describir su actuación del pasado viernes.
En cualquier caso, si este concierto ha sido una cita especial es porque con él ECA se despiden (¿para siempre?) del público de Cantabria. La mayor parte de los que asistimos ya andamos más cerca de los cincuenta años que de los veinte, y la banda pamplonesa forma parte de la banda sonora de nuestros recuerdos de media vida. Fue bonito encontrar entre el público a gente con la que has visto al grupo en tantas ocasiones a lo largo de tantos años. Y también lo fue comprobar que el núcleo del Columpio permanece inalterable, capaz todavía de ponerte la piel de gallina. Bueno, casi inalterable: ahí estuvieron Cristina y los hermanos Albaro y Raúl Arizaleta, pero el gigante Íñigo Cabezafuego fue el encargado de cubrir la baja del bajista Daniel Ulecia, ausente por motivos de salud.
Pero por otro lado en el ambiente flotaba la sensación de estar viviendo el final de un ciclo. Los bares donde solían sonar las canciones del Columpio han ido echando la persiana, los locutores de radio que te descubrían sus nuevos discos se han ido jubilando, y los carteles de los festivales que ellos encabezaban se han llenado de grupos más jóvenes y que entienden la música de otra manera. Bueno, es ley de vida, el tiempo se nos escapa entre los dedos, unos vienen y otros se marchan. Aunque al menos El Columpio Asesino pueden retirarse con la cabeza bien alta: con la banda aún a pleno rendimiento, con un concierto a la altura de sus días de mayor gloria, y con un público que aún ocupa más de ¾ del aforo de la sala. El hueco que dejan en el mundo de la música será difícil de llenar, pero al menos han sabido salir por la puerta grande.
Texto: Carlos Caneda
Fotos: Paloma Pamacor