Sin duda, uno de los hitos fundacionales más trascendentes del rock fue la electrificación del blues rural en el contexto de las migraciones de postguerra del sur agrario de Estados Unidos a los centros industriales de los grandes lagos en el norte. Con epicentro en la ciudad de Chicago, y a través de la discográfica local Chess Records, aparecen dos figuras especialmente representativas de este movimiento: Muddy Waters y Howlin’ Wolf.
Chess ya es una vieja conocida en este apartado de reseñas clásicas, aunque anteriormente ha aparecido sobre todo detrás de pioneros del rock’n’roll como Bo Diddley o Chuck Berry, lo que refuerza la indudable conexión entre el blues eléctrico y el rock seminal. Por otra parte, tanto Waters como Wolf representan en sí mismos la evolución del blues, ya que ambos eran originarios del delta del Misisipi y emigraron a Chicago, previo paso por Memphis, en el caso de Howlin’ Wolf. Los dos ya se conocían bien cuando se reencontraron en la ciudad de los vientos a principios de los años cincuenta y, con rivalidad incluida, fueron la principal fuerza motora que impulsó al blues de Chicago.
Otro elemento fundamental más hermana a estos dos extraordinarios artistas: la presencia del no menos extraordinario Willie Dixon. No se puede hablar de Chess sin mencionar su nombre. Es más, no se puede entender el blues de Chicago sin su figura. Que este hombre pusiera como título de su autobiografía (y de un LP también) I am the blues: the Willie Dixon story muestra claramente, aparte de lo mucho que se apreciaba a sí mismo, su omnipresente influencia como bajista, compositor y productor.
Lo cierto es que Willie Dixon llevaba ya algunos años colaborando con Muddy cuando empezó a trabajar con Wolf, a raíz de la entrada de este en Chess. No queda muy claro si a Howlin’ le convenció del todo la idea, dado que él ya era un muy competente compositor. De hecho, su primer LP con Chess, Moaning at the moonlight, editado en 1959 y que recopila singles desde 1951, incluye auténticos clásicos de su autoría, como “Moaning at midnight”, “Smokestack lightning” o “How many more years”.
Es obvio decir que la aparición de estos dos primeros temas citados y alguno más fue posible por la cesión de derechos de Sun Records a Chess, al haber sido publicadas durante la etapa en Memphis de Wolf. La presencia autoral de Dixon es casi testimonial y se reduce apenas a “Evil (is going on)”. Sin embargo, el segundo LP para Chess, que es del que se ocupa nuestra reseña clásica y que recopila singles editados entre 1960 y 1962, muestra la situación contraria: casi todas las composiciones son de Dixon, salvo un par de Howlin’ y el standard “Going down slow” de St. Louis Jimmy Oden.
Se cuenta que Howlin’ se quejaba porque pensaba que Dixon reservaba sus mejores canciones para Muddy, aunque hitos presentes en este álbum como “Back door man” o la celebérrima “Spoonful” no son precisamente composiciones de segundo rango, ni mucho menos. En cualquier caso, la colaboración entre ambos astros no se prolongaría demasiado en el tiempo, aunque fue indudablemente fructífera, como muestran en este álbum clásicos eternos como los dos mencionados, “Little red rooster” o “Wang dang doodle”.
Llegados a este punto, abro un pequeño inciso. Si os habéis fijado, todavía no he mencionado este segundo LP de la carrera de Howlin’ Wolf por su nombre, y esto es porque, al igual que el Black album de Metallica o el cuarto de Led Zeppelin, en realidad no tiene título definido. Por eso, según la fuente que consultéis, os aparecerá como Howlin’ Wolf o como Rockin’ Chair (haciendo referencia a la silla de la portada).
Continuando con el contenido del álbum, cabe decir que refleja ya con más claridad el sonido más pulido que supuso el salto de Memphis a Chicago. En este sentido, influye en gran manera el reemplazo como guitarrista habitual de la bestia parda Willie Johnson por el más ortodoxo Hubert Sumlin. Baste reseñar que Johnson es uno de los primeros instrumentistas que incluyó power chords en sus grabaciones y su sonido distorsionado resaltaba la crudeza de la música de Wolf.
Howlin’ Wolf siempre ha representado la versión más cruda y visceral del blues eléctrico, con su intimidante presencia física y su voz profunda y rasgada. Sin embargo, mientras sus registros de Sun Records tienen acompañamientos que potencian estas características, los de Chess más bien parecen pulirlas con un sonido más limpio y profesional. Influye lógicamente que en los temas incluidos en Rockin’ Chair aparece buena parte de lo más granado del plantel de Chess, no solo Dixon y Sumlin, sino también pesos pesados como el pianista Otis Spann o el guitarrista Jimmy Rodgers, entre otros muchos. Como curiosidad, incluso se encuentra un jovencito Buddy Guy en labores de bajista en algún corte, antes de convertirse en leyenda por méritos propios.
Si la relevancia de un disco se midiese por el número de versiones que otros artistas han hecho de los temas en él contenidos, en este caso el resultado sería apabullante. Por un lado, dentro del ámbito de la música negra encontramos ejemplos como el éxito que obtuvo Koko Taylor con “Wang dang doodle”, a Sam Cooke interpretando “Little red rooster” o a Robert Cray haciendo lo mismo con “Who’s been talkin’”, que incluso dio nombre a su primer álbum. Por otra parte, dentro del rock, la lista es aún más impresionante si cabe. Cream convirtió “Spoonful” en uno de sus temas estrella, The Rolling Stones también se atrevieron con “Little red rooster” y The Doors reinterpretaron “Back door man”, por no hablar de apropiaciones más o menos deliberadas como la de Led Zeppelin de parte de la letra de “Back door man” y “Shake me” en “Whole lotta love”.
Por supuesto, a esto hemos de añadir que la voz de Wolf ha sido una referencia para un gran número de cantantes posteriores, a pesar de que la visceralidad auténtica que emana es inimitable. Como hemos adelantado al principio, él y Waters fueron el santo grial de buena parte de la nueva generación de jóvenes blancos que impulsaron el rock a lo largo de la década de los sesenta.
En cuanto al apartado lírico, algunas de las letras han dado lugar a distintas interpretaciones. De hecho, en “Spoonful” hay quien ha visto alusiones relativas al consumo de drogas en lo que Dixon afirmó que eran metáforas sexuales. Según el propio Howlin’, “Back door man” era una historia sobre adulterios y amantes que se escabullen por la puerta de atrás cuando el marido regresa, pero algunos han querido ver referencias a la práctica del sexo anal. En cualquier caso, la pulsión erótica es un tema recurrente a lo largo de todo este disco, nada extraño cuando hablamos de blues en general y de Howlin’ Wolf en particular.
Sin duda, Rockin’ Chair es una buena puerta de entrada a la música de Howlin’ Wolf y, por extensión, al blues eléctrico urbano. Aunque, como ya es costumbre en estos casos, la recomendación es extensible a la caja de 4 CDs titulada Smokestack lightning: the complete Chess masters 1951-1962, que recoge todas las grabaciones de Wolf para Chess, incluyendo las cedidas por Sun Records que se incluyeron en Moaning at midnight, que no tiene desperdicio y es tan disfrutable como trascendental para el desarrollo de la música popular del siglo XX.
Oscar G. del Pomar