HISTÓRICO
Ver a Jean-Michel Jarre en Liebana era una oportunidad excepcional y no quisimos dejarla pasar. El concierto fue muy impactante musical y visualmente y la organización de las entradas y salidas impecable pese a todas las dificultades que se preveían.
Nunca soñé con ver a Jean-Michel Jarre en vivo, a pesar de seguir su música desde los inicios. Pero si viene al lado de casa… hay que ir a verle, aunque sea por cortesía. Que un 80% de los asistentes vinieran de fuera de la región indica que esto no es algo que se vea todos los días.
Tras varias horas de espera con un par de DJ de música machacona (DJ BASTIAN BUX y DJ MARCO GRENIER) y el insufrible Waiting for Cousteau de relleno, llegó la noche y el inicio del espectáculo.
Jarre revisitó temas de Oxygène, Equinoxe, Zoolook, The Concerts in China, Oxygène 3… y alguna cosilla creada para el evento y/o que yo no conocía (a destacar Exit, una nueva composición que incluye reflexiones de Edward Snowden sobre la privacidad como derecho colectivo, y Brick England en colaboración con Pet Shop Boys que estuvieron en el escenario de manera virtual, ambos en su álbum “Electronica 2: The Heart of Noise” de 2016) . Estuvo muy bien, aunque eché en falta el Magnetic Fields. Para los que venimos desde antiguo, con la deriva electrónica-pachanga que ha experimentado en los últimos años, en algunos momentos despistaba y nos parecía estar viendo algún DJ de estos de pulsar botón de play y a ondear el brazo en alto.
El tema con el harpa láser, un clásico desde hace muchos años, siempre es asombroso. La potencia de esos rayos verdes y cómo saca música de ellos sigue dejando con la boca abierta. En otro tema la acción principal la ejecutaba con una tablet que simulaba un teclado sobre el que arrastraba los dedos, creando melodías contínuas en lugar de una tradicional sucesión de notas.
La puesta en escena suya sencillamente espectacular. Unas cortinas móviles que eran pantallas led, daban a las imágenes una gran sensación tridimensional. Cañones de rayos láser contra las gradas y el bosque, cámaras en algunos instrumentos y en sus gafas, en fin, no se esperaba menos de un incansable explorador de la electrónica.
Juntar 6000 personas es mucho para Liébana (y casi para cualquier espectáculo en Cantabria), pero debe parecer un puñado de amigos para quien ha actuado ante 3.5 millones. Sin embargo, se adaptó perfectamente a las estrecheces. Me sorprendió positivamente lo parlanchín que estuvo, presentando el concierto y hablando entre temas, en ocasiones en castellano, aunque la mayoría en inglés.
Me decepcionó bastante el poco aprovechamiento del entorno, con solo algunas fotos del Beato de Liébana proyectadas sobre el monasterio al principio y colores sólidos durante el espectáculo. Se lo podían haber currado un poco más.
El público estaba entregado, bailando algunos temas, coreando otros, meciendo los móviles iluminados y celebrando cada tema conocido. Comportamiento ejemplar, tanto dentro del recinto como en Potes, lleno con una marea que aprovechaba el largo fin de semana.
La organización del evento fue perfecta, si dejamos aparte los típicos líos de venta de entradas por Internet. En el recinto incluso vendían orujo y mantas, para ayudar a los más frioleros. Mover tanta gente por esas curvas estrechas sin que hubiera retrasos, atascos ni agobios, no es tarea fácil. Y el tiempo acompañó, una vez más, a pesar de las previsiones de la AEMET.
Crónica por Alberto Cifrián, fotos por Oskar Sánchez.