Antonio Álamo y Jesús Cracio recuperan la famosa novela de Dalton Trumbo para hacer una adaptación teatral bastante deudora de la película dirigida por el propio Trumbo en 1971.
Unas horas antes de entrar al teatro discutia con algunos compañeros sobre el sentido de ver todo este tipo de cosas. Supongo que el debate es tan viejo como la humanidad, o al menos tan viejo como el arte. Gastar tiempo intentando comprender al ser humano puede ser tan util o tan inutil como uno quiera verlo, puedes pasar por la vida intentando sacar el máximo disfrute y apartando en lo posible todo lo oscuro que hay en ella, puedes ir de cara hacia la oscuridad y buscarle una explicación, intentar saborear también esas sensaciones. El arte puede ser el motor del cambio, o puede ser sólo arte, al final, todos muertos, así que supongo que de una u otra manera lo que pase con la humanidad sólo nos afecta parcialmente. Lo cierto es que algunos disfrutamos de extraer del arte claves para la vida, y para seguir comprendiendo otras obras artísticas. Lo que importa es el camino y no la meta.
Entre estas divagaciones llegamos a la puerta del TMCE, que sólo cuelga el cartel de no hay entradas cuando viene alguien que sale por la tele. Como era de esperar la pantalla anunciaba que para Johnny aun quedaban butacas, bastantes, he de añadir.
Como muchos de los que paráis por aquí, llegué hasta Johnny a través de Metallica hace ya algunos años, y por tanto, me agradó ver que entre la selección musical del montaje se habían acordado de hacer un guiño a One. Al final, como venía diciendo, son círculos concéntricos, puertas que dan a otras puertas.
El montaje está basado en la novela que escribió Dalton Trumbo en 1939. Contando la historia de Joe Bonham, un soldado de la primera guerra mundial que acaba horriblemente mutilado, sin brazos, ni pierna, sordo y con la cara completamente desfigurada, perdiendo también los ojos, la mandíbula y la nariz. Sin embargo Johnny permanece absolutamente consciente, enchufado a un respirador que le mantiene con vida, y sin ninguna posibilidad de comunicarse. Esta situación tan terrible, servía a Dalton Trumbo para hacer un alegato contra la guerra, y sobre los derechos individuales de los seres humanos sobre su propia vida y su propia muerte. La novela fue adaptada a un guion cinematográfico por el propio Dalton Trumbo, que también se encargó de dirigir la película, pese a que su intención inicial fue que la dirigiese Luis Buñuel. El resultado fue una de las películas más dramáticas y claustrofóbicas nunca jamás rodadas, con cierta impregnación de la psicodelia hippy setentera, pero con un mensaje aun válido. “Aquellos que inician las guerras nunca luchan en ellas”.
El montaje teatral de Antonio Álamo y Jesus Cracio aprovecha bien las virtudes del texto y de su adaptación cinematográfica sin aportar nada realmente significativo. Tal vez incluso la sustitución de la voz en off por un actor que se mueve por el escenario interpretando al yo de Johnny, le resta algo de dureza a la imagen del enfermo amputado y postrado irremediablemente en la cama. Podríamos decir, que el mayor logro de la adaptación teatral es volver a acercar una historia que no debería estar olvidada, y que puede que alguna gente haya tenido la oportunidad de descubrir ahora. Nos alegramos, de que haya quien se encargue de seguir repescando estas historias del pasado, para que al menos, tengamos una excusa para volver a hablar de ellas.
Como creemos firmemente en lo del dominó y en lo de la mariposa, ojalá muchos de los que leais esto recupereis la peli o la novela para volverlas a ver/leer o verla/leerla por primera vez, ojalá en algún momento alguna de estas cosas toque fibra sensible y alguien se cabree lo suficiente como para hacer algo, ojalá alguien inteligente tenga una buena idea que sirva para comenzar a cambiar las cosas. Aunque sea un proceso lento, y para entonces todos nosotros ya estemos muertos.
Crónica por Oskar Sánchez, fotos por La República.