Comer primero, luego la moral… Uno de los platos fuertes del festival del Invierno, que finalmente tras un cambio con respecto a la fecha inicial pudimos disfrutar en el recien estrenado teatro municipal de Torrelavega.
La ópera de tres peniques / centavos llegó a torrelavega en inmejorable momento para mi. Precisamente estos dias ando dándole vueltas a la discografía de los Dresden Dolls, así que iba en buen momento anímico para asimilar casi dos horas de vodevil aleman Weilliano.
La historia de Mackie Messer (el personaje inspirador de Makinavaja), fue estrenada en 1928 en Berlin, y como sucede con tantas otras obras entre finales del XIX y principios del XX continua en plena vigencia. Los cambios sociales han sido más bien estéticos y superficiales, pero en el fondo continua reinando la misma podredumbre. Da que pensar, ver como hace ya ochenta años Bretch criticaba de manera tan ácida la limpieza de mendicidad previa a los acontecimientos sociales importantes. Más triste aun, si pensamos que el texto original sobre el que Bretch escribió la ópera de tres centavos es aun un siglo anterior. Creo que no hay que mirar demasiado atrás para encontrarnos con un espejo fiel. Mejor me callo.
La ópera de tres centavos es una historia sucia, de bajos fondos, una especie de Rags to Rags, en la que Bretch hubiese querido despertar a Dickens y mostrarle que el sueño americano no era posible en la alemania de entre guerras. Al final, Bretch sacude al espectador con los llamados “efectos V”, nos ilumina, invade nuestro espacio, suspende la función, y nos ofrece el final feliz que estabamos esperando, dejando claro que es una pantomima, y que cuando abandonemos nuestras sillas, todo seguirá igual. Al paso que vamos, por mucho tiempo.
La interpretación de Atalaya fue bastante buena. Teatral, y desafinada como requiere la ocasión, aunque tal vez no lo suficientemente sucia. De todas maneras, seguramente nuestra visión previa, aun más grotesca y esperpéntica, del teatro aleman de principios de siglo no se corresponda con la realidad y seguramente ellos estén más acertados en su adaptación. De cualquier manera, el resultado fue magnífico.
Como la sombra de Bretch se extiende sobre muchas de las cosas que más tarde nos han gustado, establecí una pequeña conexión mental entre la ópera y Las Puertas de Anubis de Tim Powers, y me encontré fantaseando con viajar en el tiempo como Brendan Doyle y poder asistir al estreno original en Berlin. Me pregunto como sería aquella gente, y que sensación causaría la ópera entre aquellos que no sabían que iban a encontrarse.
Salimos del teatro, camino al primer whiskey bar, charlando sobre Bretch y su influencia en la música moderna y recordé este poema, que tal vez os suene de algo. Siguen siendo malos tiempos para la lírica…
Ya sé que sólo agrada
quien es feliz. Su voz
se escucha con gusto. Es hermoso su rostro.
El árbol deforme del patio
denuncia el terreno malo, pero
la gente que pasa le llama deforme
con razón.
Las barcas verdes y las velas alegres de Sund
no las veo. De todas las cosas,
sólo veo la gigantesca red del pescador.
¿Por qué sólo hablo
de que la campesina de cuarenta años anda encorvada?
Los pechos de las muchachas
son cálidos como antes.
En mi canción, una rima
parecería casi una insolencia.
En mí combaten
el entusiasmo por el manzano en flor
y el horror por los discursos del pintor de brocha gorda.
Pero sólo esto último
me impulsa a escribir.
Crónica por Oskar Sánchez, fotos por Atalaya.