VUESTRAS VICTORIAS: Ninguna causa está perdida mientras quede un insensato dispuesto a luchar por ella, decía Bertolt Brecht. Atalaya en su insensatez apuestan por volver a gritar un mensaje que, por desgracia, sigue permaneciendo de actualidad.
Es al menos la tercera vez que tenemos ocasión de ver a la compañía de teatro Atalaya. Hará unos dos años estuvieron por aquí con su correctísima interpretación de Ricardo III de Shakespeare y al menos habrán pasado otros dos más desde que pasearon por el festival de invierno de Torrelavega su laureada versión de La Ópera de tres Centavos (o Peniques) de Bertolt Brecht. Han vuelto ahora a Torrelavega con la que es, probablemente, la obra más conocida de este último autor: Madre Coraje y sus Hijos. Hay que aplaudir a Atalaya por atreverse con los clásicos más imprescindibles y por no sentir la necesidad de “modernizar” los montajes para darles un punto de vista completamente nuevo, cuando lo cierto es que por aquí casi nadie había tenido oportunidad de verles tal y como fueron concebidos.
Ayer, una vez más estuvieron impecables, grandes interpretaciones (De entre las que me gustaría destacar a Manuel Asensio y su vozarrón deathmetalero), mucho gusto, pocos alardes y una escenografía y sentido general que supo capturar muy bien la esencia del autor. Como ejemplo diré que nada más terminar la obra alguien a mi lado dijo “No se bien que ha pasado, pero no he terminado de meterme en la obra”, bien, lo que ha pasado es exactamente lo que Bertolt Brecht buscaba cuando hablaba de “Verfremdungseffekt” o distanciamiento, Brecht no quería que el espectador olvidase en ningún momento que estaba viendo una obra de teatro, por eso leia las acotaciones en alto, para evitar te implicases emocionalmente y tuvieses espacio para reflexionar desde fuera.
En Madre Coraje y sus hijos Brecht recuperó un personaje de la picaresca alemana del siglo XVII para mostrar la deshumanización que producen las guerras. Quería creer Brecht que los humanos seríamos capaz de dar un paso adelante y que sus obras no tendrían sentido a día de hoy, pero por desgracia se equivocaba. En el primer mundo hemos conseguido mantener la guerra fuera de nuestras fronteras por cierto tiempo, pero como Anna Fierling continuamos tirando del carro, luchando por sacar adelante a nuestros hijos mientras nos encogemos de hombros pensando que nada podemos hacer para detener el rumbo de las cosas, así que mejor será sacar partido de ellas.
“Vuestras victorias no nos traen más que pérdidas”, grita con dramatismo en mitad de una de las escenas. El desapego entre los gobiernos y la gente sencilla es tan viejo como la humanidad. Podemos intentar parar la guerra, pero siempre habrá un general, un emperador o un papa a quien interese volver a ponerla en marcha.
Crónica por Oskar Sánchez, fotos por HuelvaYa.