A LAS DURAS: El Magosta apuesta este año por una vuelta a los origenes: Un festival más basado en el folk cántabro, con sólo una jornada, pero con entrada gratuita, también recupera su ubicación original en la campa del Palacio Larrinaga.
Ya he explicado en muchas ocasiones cómo el Magosta se ha ido entrelazando con la médula espinal de nuestra vida. Fuimos en autobus, fuimos de litros, fuimos a buscar novia, fuimos casados, vamos con niños, iremos, espero, a ocupar las sillas frente al escenario raiz cuando sean nuestros nietos los que corran por la campa. El Magosta trasciende lo musical y se ha convertido en un símbolo de amor al continuo ciclo anual, algunos años faltamos a la cita, pero si faltasen los carteles del Magosta el año estaría incompleto.
Esta XXII edición las cosas se pusieron particularmente cuesta arriba, las ayudas decrecen y aunque el Ayuntamiento de Castañeda sigue dando el apoyo a la fiesta, todos sabemos cómo están la situación, así que en un esfuerzo por sacar pecho la organización decidió reducir el festi a un sólo día, pero volver a la entrada gratuita y confiar en que la gente diese su apoyo consumiendo en la barra.
A las diez de la mañana comenzó el concurso de ollas ferroviarias, según me contó Paco con muy buena participación y ambiente, al son de la música del Duo Ajorra y el Grupo de Pandereteras Cacabija. Tras la cata de ollas, talleres y juegos para niñxs y mercado de artesanos, muñecos de trapo, figuras de cerámica y lo habitual en el festi (Me enamoré por cierto de los diseños inspirados en la mitología cántabra del puesto Bardal, que vendía chulísimos muñecos de tela, vinilos, ropa infantil y cerámica). Luego, a las ocho, el comienzo de la fiesta de la sidra; cuatro euros y llenabas el vaso todas las veces que quisieses hasta las once. Más o menos a esa hora llegamos nosotros, pero prometo que fue por casualidad.
El escenario Raíz y el Prau eran en realidad, físicamente, el mismo este año, pero el concepto se sigue manteniendo. Raíz se ocupa de la música y danzas tradicionales y Prau del folk y la fusión. Así en la primera parte Moisés Serna y Sergio Sordo, Rafa Ibáñez y Soltxu Rodríguez, Las Danzas San Blas de la Montaña, las Bozainas del Juncu y Airis de Rumiria intercalaron sus gaitas, panderetas, silbos y de más instrumentos tradicionales en una hora y media de disfrute para seguir indagando en nuestra cultura oral, como llevamos haciendo tantos años gracias al magosta y a otros grupos y festivales que se han preocupado de conservar nuestra herencia.
Tras algo así como una hora de descanso (que nos vino muy bien para llevar al niño a dormir con su abuela) salió al escenario Nando Agüeros de Tanea. Para quien no conozca su música podemos decir que tiene inspiración en la música tradicional de Cantabria pero que también bebe de otras fuentes como puede ser la canción de autor y en ocasiones puede recordar a artistas como Victor Manuel, de quien por cierto hizo una versión de “Paxarinos”. El grupo que lleva está formado por conocidos profesionales de la escena cántabra, así que todo suena correctísimamente. Tiene una gran legión de seguidores que estaban ahí al pie del cañón incluso esperando para pedir autógrafos y hacerse fotos con Nando. Hay que decir que probablemente su concierto fue el momento del festival en el que más gente había congregada.
Tras unas coplas alusivas al gobierno y la corona de esta futura república, salieron Naheba. Son una de las bandas más interesantes en el panorama folk actual, se formaron hace ya casi diez años, pero provienen de grupos anteriores y se nota en su solidez que llevan muchos años encima de un escenario. La base de Naheba vuelve a ser el Folk Cántabro, pero tienen influencias más cercanas a toda la tradición celta y en algunas ocasiones el violín ataca con la furia desatada de los más apasionados reels irlandeses.
Finalizando los Bonitos del Norte, con su pachanga revolucionaria de aires latinos. Tienen ya dos discos llenos de temazos y en directo arrastran por los pelos incluso a los más reacios a la música festiva. Es imposible no dejarse llevar por ese huracán. Fue un enorme broche para un festival que en esta ocasión nos recordó a sus inicios, no sólo por su ubicación, si no también por el espiritu vivido durante toda la jornada.
Magosta ha demostrado una gran capacidad de adaptación y resistencia. Ya sabéis que el junco que se dobla no se rompe. Han venido años duros, sigue siendo difícil encarar cada nueva edición, pero estamos seguros de que conseguirán seguir aportando un poco de alegría y compromiso cada año.
Crónica por Oskar Sánchez, fotos por Oskar Sánchez.