Este pasado viernes, día 31 de marzo, acabábamos el primer cuarto del año 2023 ¡parece mentira! y para celebrarlo, nada mejor que disfrutar de un concierto que se antojaba electrizante. Volvía por la Sala Silikona después de la brutal descarga del sábado anterior y confiaba en que ésta, fuese de un calibre semejante. Está claro que cada bolo es un mundo y la programación que se había confeccionado en el de esta noche, resultaba algo distinta.
En el cartel, destacaba por encima de todas las cosas la presencia de Masacre. Banda con una trayectoria y un estatus al alcance de muy pocos. Masacre es un arma de destrucción masiva, veterana y perfectamente engrasada, que arrastró a suficientes seguidores como para provocar un “sold out” clamoroso. Pero comencemos por el principio. A mi llegada, muchas caras, tantas que llenaron la Silikona y de ellas, un alto número de conocidos. Creo que todos emocionados por lo que íbamos a presenciar. Saludos, abrazos, charla animada y puesta al día antes de entrar. Una multitud de metaleros ansiosos por abordar el campo de batalla a los que les quemaban los tickets en la mano, como en la vieja canción.
Si bien la semana pasada clamaba por la ausencia de aficionados en los dos primeros conciertos, he de reconocer que hoy no pasó lo mismo. Desde muy temprano había corros en la puerta y nada más abrir puertas el espacio se llenó de espectadores a un ritmo endiablado. Todo ello propició que cuando Ergum subió al escenario; azaña que les costó un tanto porque ya estábamos ahí, en primera fila dispuestos a lo que viniera; la entrada era más que buena. ¡Gran noticia para los Ergum! y es que no tiene nada que ver tocar en una sala con poca gente que en una sala llena de público que te jalea.
Ergum es una banda de Madrid que viene a defender su ya conocido álbum Dokhma. Más majos que las pesetas y que lucharon el set hasta la extenuación. El repertorio es conocido y ellos también, con lo que la comunión con la gente surge de manera espontánea, con continuas “coñas” a declamar el nombre de la banda al revés, como si de un disco de Led Zeppelin se tratara y que en vez de palabras satánicas devuelve… Pues eso.. Jajajaja. Todo con un buen rollo extremo, como el metal que hacen y un cariño a prueba de dudas.
No tardaron en reemplazar a Ergum, sobre las tablas de la Silikona, los segundos de la tarde. Ya más que nada, noche, arrancaron su show, ni más ni menos que los también archi conocidos por estas tierras olvidadas del Diablo, Infected Plague. Nos traían su también premier, Horrors of the Terminal Earth. Trabajo que ya ha sido paseado por las salas, conocido y coreado. Hablamos de una banda a la que se recibió con el mismo cariño que a Ergum. Luchadores incansables de este a veces ingrato underground que por otro lado, tanto nos gusta y disfrutamos. Por todo ello, inmensamente agradecidos a su dedicación y buen hacer en el directo.
La sala ya era una locura, pogos, avalanchas, emoción. ¡No se puede pedir más! Una masa que bregaba toda junta y con cierto grado de comodidad, aunque se veía con una entrada excelente, pero claro, sabíamos del “sold out” y a nadie se le escapaba que en breve, todo esto iría a más ¡A mucho más! No se equivocaba quien presagiaba que la locura vivida con Ergum y con Infected Plague quedaría en anécdota cuando todo estallara, porque esa es la palabra que se me viene a la cabeza, el advenimiento de un conjunto que no requiere de presentación…
Nos apresuramos, los de las cámaras, a pillar un buen sitio, presagiando la batalla campal que se avecinaba. Un tanto nerviosos por la inmensa calidad de banda que se nos iba a poner a tiro, su brutal repertorio y el peligro que corría la integridad física de las cámaras, objetivos y demás juguetitos que portábamos en nuestras mochilas, pero sobre todo, entre nuestras manos. A ver por un mal golpe también, pero es que ¡que se te joda la cámara…!
Cualquier cosa que os diga, se quedaría corta. Una sala de reducido tamaño; con un par de columnas, aquí y allá; más gente que en la guerra; más energía acumulada que en una bomba H; masas espídicas, emocionadas, alteradas hasta niveles “impropios de un adulto”; sentimientos desbordados de frustración, alegría, dolor y camaradería. Necesidad de escuchar los lamentos interiores más globales al ser humano, que parece que se enquistan dentro de la cabeza de uno, en las voces guturales de tus ídolos, gente como tú pero que es capaz de expresar con música lo que no sabes cómo sacar de ti. Una olla exprés en el perfecto punto de ebullición, preparada para provocar la “tormenta perfecta” en forma de brutalidad, sana.
Y comenzó la batalla de las batallas. Olas de incontrolados fans apretaban las filas delanteras contra el escenario. Monitores, personas, todo se precipitaba y deslizaba sobre el escalón alto donde se sitúan los músicos. En dos temas, la situación se hacía complicada y la cámara me dijo, “niño, por lo que me pagas, me apago”. No creo que hubiera podido fotografiar lo vivido en aquellos momentos. Al menos yo, no me vi capaz. Recopilé unas pocas fotos y comencé mi éxodo hacia la trasera, de la sala, más tranquila y segura. Busqué un lugar cómodo para poner a salvo mi máquina, pedí una cerveza y me dispuse a disfrutar lo que estaba aconteciendo delante e incluso dentro de mí.
A pesar de haber salido huyendo cual comadreja de la primera fila y haber recorrido el sendero del destierro entre terribles tribulaciones, una vez posicionado donde podía observar el evento que se celebraba en el escenario y el evento que se celebraba debajo de él, pasé uno de los mejores conciertos que he presenciado últimamente. El ambiente era impresionante. Un setlist estándar en esta gira, cargado de himnos, una colonia iberoamericana, numerosa, perfecta conocedora de los temas. Temas que, por otro lado, y como buen Death Metal Band, muestran un contenido que versa sobre muerte, violencia y MASACRE, pero a la vez con letras cercanas que llegan a todos.
Cuando digo a todos, digo a todos los presentes, porque todos estamos inmersos en una misma realidad desde perspectivas distintas pero salpicados por la misma metralla. Allí, la emoción alcanzaba a todos los barrios. Unos cantaban, otros saltaban, otros empujaban, uno estaba metido debajo de una mesa… En definitiva, todos y cada uno de nosotros vivimos una experiencia extrema, catártica y reveladora, hubo empujones y avalanchas, alcohol a raudales, seguro que más cosas, pero nadie resultó demasiado damnificado y en todo momento, la falta de cordura del momento se mantuvo en locura transitoria, sin desembocar en nada más que cordialidad, conexión y liberación de adrenalina que salía de la sala, al abrir la puerta, como río desbordado.
No he hablado en absoluto de las canciones que interpretaron. En el caso de Ergum e Infected Plague, son harto conocidas por la parroquia habitual. Las disfrutamos cada vez que podemos asistir a sus eventos y aprovechamos para abandonarnos a sus Death Metal, respectivos. En el caso de Masacre, es que no hay palabras. También de sobra conocidas, coreadas, cantadas y saltadas, son amadas y comprendidas sin traductor simultáneo. Un final con Éxodo y Metal Forever, pusieron el perfecto colofón, con esos mensajes balsámicos a la vez que revolucionarios y que tienen la virtud de unir, que nos levantaron del suelo y nos hicieron volver al hogar, cuando fuera que llegase cada uno y en el estado en que lo hiciera, como mejores personas.
Mi agradecimiento a las tres bandas por ofrecer una noche tan fantástica de metal sacado de las tripas y servido caliente a un público que los ama, respeta y sigue con toda justificación ¡Grandes!
Texto y fotografías: Juan Carlos López Aguilar.