Contaba nueve años de edad, y mis padres me propusieron como actividad extraescolar aprender a tocar un instrumento musical. Me gustaba la guitarra, pero no quedaban plazas y me terminé decantando por el piano en una pequeña academia de Santander. Allí aprendí las primeras nociones de un nuevo idioma, un nuevo lenguaje, llamado solfeo.
Continué durante unos seis años más con el estudio del piano y el solfeo, pasando por el Conservatorio Jesús de Monasterio de Santander, donde las clases se volvían más y más estrictas; los profesores nos enseñaban solfeo y piano, tratando con su mejor intención de que nuestra técnica y conocimiento mejorase para llegar a ser unos instrumentistas de alto nivel.
Me gustaba la música, escuchaba música a todas horas, pero no disfrutaba de aquel proceso de aprendizaje, era demasiado estricto para lo que yo buscaba en la música. Entonces dejé el Conservatorio.
A partir de ese momento comencé a interesarme por la guitarra, y para ser más concretos, la guitarra eléctrica. Con quince años me atraían las canciones que ponían en la radio, quería disfrutar, pasarlo bien y, a ser posible, de la mano de la música. Así que me puse a aprender a tocar la guitarra, primero por libre, luego con profesores particulares, y finalmente en una escuela de jazz y música moderna, en Madrid.
Tras tantos años de formación clásica, fue durante este último proceso cuando de verdad comencé a entender de qué se trataba todo este mundo de la música. Aprendí a interpretar canciones, igual que hacíamos en el Conservatorio, pero esta vez entendiendo lo que el compositor estaba diciéndome. Aprendí a tocar en un grupo de música, descubriendo la grandeza de ser una pequeña parte dentro de un todo, y animándome a comprender el funcionamiento de otros instrumentos, siquiera por ser capaz de comunicarme y entenderme con otros colegas músicos. También aprendí a componer, primero a pequeños pasos, con no pocos tropiezos, y después sobre una base sólidamente estructurada, desarrollando la capacidad de combinar la razón y los sueños, para dar como resultado la creación musical.
Con todo esto a la espalda, hace un tiempo me asaltó la idea de crear un espacio en el que todo el mundo se pudiese acercar a la música moderna de una manera amena, divertida y eficaz. Me puse a buscar gente, profesores instrumentistas que tuviesen la misma inquietud y que viesen la música desde este mismo punto de vista de creatividad, diversión y aprendizaje a partes iguales, para poder ofrecer una formación completa en todos los instrumentos que forman la estructura básica de una formación de música moderna.
Así nació Musiquea, un centro de formación en música moderna con la sincera vocación de poner este maravilloso mundo al alcance de cualquiera que alguna vez haya sentido el “gusanillo“, pero por miedo, respeto o pereza nunca se ha lanzado.
Vamos a pasarlo bien, vamos a aprender, vamos a musiquear.
(De su página web)