

La carrera de Opeth suele ser considerada en tres grandes etapas. La primera incluiría los álbumes noventeros, con una fuerte raíz en el Death Metal, pero definida por canciones muy largas y densas, con grandes desarrollos e interludios acústicos. La segunda se iniciaría con Blackwater Park y el afortunado (o desafortunado, depende a quién preguntes) cruce de caminos con Steven Wilson, en la que mantuvieron sus señas de identidad, incluyendo cada vez más elementos progresivos y cuidadas producciones. Después de Cinco discos Opeth darían un nuevo giro de timón prescindiendo de los sonidos guturales y centrándose en un progresivo más setentero… Con el último disco y para sorpresa de nadie, nos hemos encontrado con el retorno a los guturales, y consabida vuelta a las raíces. Dice Mikael que han esperado a que ya a nadie le importase, combinan los elementos de su música como les apetece y esa incertidumbre es uno de los motivos por los que somos tan fans de esta banda.
De todas formas, os quiero proponer un ejercicio. Siempre tendemos a evaluar la progresión de las bandas evaluando la evolución disco a disco, pero ¿has probado a escuchar su discografía hacia atrás? Te darás cuenta si lo haces así de que los cambios parecen mucho menos bruscos. Gran parte de lo que nos sorprendió en Heritage ya estaba en Watershed, y desde luego en Still Life ya se aprecian casi todas las trazas que conformarían Blackwater Park.
El germen de este disco se produce a través de un encuentro casual. Al parecer un amigo de Akerfeldt entrevistaba a Steven Wilson para su medio y le pasó una copia de Still Life, sabiendo que Miguelito era muy fan de Porcupine Tree. Parece ser que Steven quedó bastante impactado con el álbum, escribió a Akerfeldt y acabaron cenando juntos en Inglaterra. Tras unas demos previas la decisión estaba tomada, poniendo la primera piedra para este disco capital.
A pesar de que Steven Wilson es un conocido Control Freak tanto en Porcupine Tree como en su carrera en solitario, parece ser que tiene claro que el papel de un buen productor es ayudar a una banda a expresarse en sus propios términos. La colaboración con Fredrik Nordström, ingeniero habitual de Opeth fue fluida y el trato con la banda también, llegando Wilson a colaborar en las segundas voces de cuatro temas e incluso a grabar algunos pianos y guitarras.
El maestro Travis Smith ha firmado algunas de nuestras portadas favoritas de las últimas décadas y en Blackwater Park supo capturar desde el inicio el tono otoñal, fantasmagórico y pantanoso del álbum. Una densidad que te envuelve desde la primera nota y de la cual no vas a encontrar más desahogo que ciertas partes de tranquila melancolía. Aquí está todo, desde Nick Drake hasta Death, pasando por Pink Floyd, el universo de Opeth se muestra de manera inexorable y en todo su esplendor, en ese único álbum que le darías a alguien que quiere acercarse por primera vez al sonido de la banda en su conjunto. Las canciones son tan intrincadas y la producción esconde tantos detalles que Blackwater Park es uno de esos álbumes que nunca terminas de escuchar del todo.
La faceta lírica es onírica y llena de evocaciones, sugiere dolor, pérdida, desesperación, pero también belleza y fragilidad. Siempre ancladas a la comunicación más íntima, pero con un velo de misterio que no permite acceder directamente al significado, dejando una colección de imágenes abiertas a interpretación que, de nuevo, hacen que su lectura sea inagotable.
Aunque a día de hoy nos parezca un disco esencial en la evolución del Metal del S. XXI lo cierto es que no fue un estallido, ni siquiera obtuvo mucho reconocimiento inmediato más allá de la Europa continental. Su camino desde el más puro underground hasta el reconocimiento masivo fue bastante progresivo. La transición Peaceville / Music for Nations / Roadrunner en el primer lustro de los 00s, es la prueba de este crecimiento paulatino. El apoyo de estas etiquetas les permitió ir girando de forma mucho más continua y así ganar adeptos, hasta convertirles en el totem de referencia en el que hoy pensamos al nombrarles.