Vivimos tiempos raros amigos. Mucha parte de la población era inconsciente a este peligro, y otra siempre hemos sabido que nuestra forma de vida es frágil y en cualquier momento puede quebrar. Hay que estar siempre listo, puede que esto sea cada vez más habitual, puede que sólo sea el inicio de otra forma de vivir, puede que lo que vaya a peor. De cualquier manera, la lección de oro es que estamos aquí de paso, y que mientras estemos, de lo que tengamos hay que disfrutar. Los problemas, según lleguen, los iremos enfrentando.
En un ejercicio de responsabilidad todos los que podemos hacerlo nos hemos quedado en casa. No hay ninguna necesidad de salir a la calle a ponerse en riesgo y empeorar la situación para los que tienen que salir porque son servicios mínimos o porque su situación laboral les obliga.
Como en las últimas temporadas de Walking Dead la sociedad también ha descubierto de un bofetón el valor de la música. Hace unas semanas nos batíamos el cobre para demostrar al ayuntamiento de Torrelavega el valor de la música en directo, hoy el argumento cae por su propio peso. La música nos hace humanos, nos mantiene cuerdos, nos sirve de catarsis en los momentos difíciles, y por eso ahora los vecinos son los primeros que aplauden a cualquiera que se lanza con una guitarra a romper un rato la monotonía del encierro.
La escena underground ha demostrado estos días una capacidad asombrosa de reinvención, funcionando siempre en los márgenes de la música-negocio, lo que nos define es el ingenio y la capacidad de improvisación. De esta estamos explorando las posibilidades que nos dan los directos online, que hasta ahora eran secundarios o frios y de repente se han convertido una valiosa forma de seguir en contacto.
Pablo saca su guitarra. El concierto en Facebook se ha desplazado a Instagram a última hora. Cambio de sala. Puta distopía. Decenas de seguidores asisten a la presentación tan íntima como virtual de su primer disco en solitario, Alondras. Vinilos en streaming. El teléfono permanece apoyado en una de las baldas del salón mientras tomamos unas cervezas. Comentamos entre risas que por primera vez en un directo podemos controlar el volumen y la ecualización a nuestro gusto. Acaban las canciones y lanzamos corazones como aplausos. Seguimos vivos, por lo menos.
Gracias Pablo. Gracias a todxs los que lo estáis intentando.