En el pasado 2015 se celebró el 40 aniversario de la edición de “Horses” de Patti Smith, por supuesto, para tan magno evento la industria se calzó sus botas de $, es decir, una nueva reedición, incluyendo vinilo de alto gramaje como mandan los tiempos, y gira aniversario interpretando el disco completo, según las crónicas catárticos y emotivos conciertos con una banda liderada por la casi septagenaria Patti Smith llena de rabia y energía (yo me lo perdí, cachis!).
Por supuesto, la prensa seria (no nos engañemos, otro brazo de la industria) también se volcó. Numerosos artículos en los que no se olvidaban del comienzo del disco, ya saben “Jesús murió por los pecados de alguien, pero no por los míos”; de recordar su relación con el fotógrafo Robert Mapplethorpe para comentar la andrógina e icónica portada, Patti en pose desafiante con traje masculino y chaqueta al hombro; Se volvió a insistir en su relación con la literatura y con literatos famosos antes de ponerse delante de un micro a berrear; y por supuesto se insistió en la validez musical del disco, en lo rupturista o premonitorio del mismo, de su relación con el ambiente neoyorkino de la época, de que casi por primera vez una mujer fuerte y orgullosa se puso al frente de una banda sin explotar su físico. Se insistió en la acertada y cruda producción de Jonh Cale. Se habló de las canciones que se han convertido en clásicos…
Todo eso a vuelta de un solo click lo encontraréis, vamos, que yo nada nuevo puedo aportar… salvo mi experiencia con este disco.
La primera vez que vi a Patti Smith fue en un concierto que reponía tve2 a mitad de los 80´s, poco más de media hora en que una larguilucha y desgarbada mujer recitaba, cantaba, saltaba, gritaba, daba vueltas sobre si misma como un crio de 3 años, se tiraba al suelo, se retorcía sobre su espalda, todo ello escudada por cuatro tipos que rockeaban muy duro, pero era ella la que llevaba todas las miradas. Pues si, era un adolescente influenciable. Compré mi copia de “Horses” en julio de 1988, lo puse hasta la saciedad, desde entonces me acompaña, recurro a el cada cierto tiempo, y 27 años después aún consigue revolverme algo por dentro cada vez que lo pongo, supongo que es lo que tienen las grandes obras.
“Gloria (in exclesis deo)” me sigue pareciendo el arranque perfecto, te engancha poco a poco y explota al final, aún me recuerdo dando saltos en la habitación, de ahí a mover las caderas de forma cadenciosa con “Redondo beach”, en “Birdland” se tira alrededor de 10 minutos recitando en un climax tenso arropada por un omnipresente piano sumado a los inapelables arrebatos ruidistas del grupo. “Free Money” es mi canción favorita del disco desde la primara vez que lo escuché, y una manera de cerrar la cara A sin respiro, a pesar de durar casi 4 minutos siempre se me hace corta “Free money, free money, free money, free, free, free, free, free, free, free, free money”.
La cara B comienza con “Kimberly”, vacilona y bailable, sigue “Break it up” con una guitarra que destaca por todo lo alto, el bueno de Alan Lanier de Blue Oyster Cult deja su impronta entre los golpes en el pecho Patti (por aquel entonces eran pareja), preciosa canción. “Land” es otra de esas canciones de más de 9 minutos con recitado y melodía, subidas y bajadas, otro de los puntos álgidos del álbum. El disco lo cerraba una balada con la colaboración de otro guitarrista inconfundible, Tom Verlain de Television que ya tenía un nombre en Nueva York aunque aún no había explotado con su grupo.
Supongo que habría que decir algo de las letras, pero yo por aquel entonces no entendía ni papa de inglés (más o menos como hoy), con lo cual, si os pasa como a mi, con otro click de ratón las podéis leer estupendamente traducidas y disfrutarlas cómo lo que realmente son, poesías.
Comentario por El Panoli Optimista