Allá por finales de los noventa llegó Miguel Ángel un día a la radio a contarnos que acababa de ver el estreno de una película que lo iba a cambiar todo como en su día lo cambió Blade Runner. La estética de los siguientes años, el modo de rodar y la banda sonora… Pocos meses después había reventado y estábamos todos dando saltos en los charcos del Motor a ritmo de su palm mute. Creo que hace quince años, cuando vimos a Rammstein por última vez comencé la reseña contando esta misma historia, es lo que tenemos los viejos, que nos repetimos. Sentado detrás de mi había un padre con su hija; mira, ahí abajo estaba yo la otra vez, oliendo el sobaco del vecino!!
Llegamos sobre las seis de la tarde y Sanse ya estaba al borde del colapso, aparcamos en el Hospital por ahí arriba a tomar vientos y bajamos en autobús, al finalizar el bolo tendríamos que subir a pata y tardaríamos casi una hora en poder cruzar la barrera, lo que sumado a las obras de carretera tendría un resultado final cercano a las cuatro de la mañana. Accesos ágiles al estadio, colas infernales en el merchandising. Doce pavos el cachi de cerveza, más dos por un vaso reutilizable standard sin ningún logo conmemorativo de la banda, que prometían devolver al finalizar, aunque llegado el momento fue imposible, pese a que muchos lo intentamos, incluso pidiendo una hoja de reclamaciones que no tenían disponible. Doce pavos en vasos por nuestra parte, echa la cuenta. Movidas de macroconcierto.
Todo en un concierto de Rammstein es enorme. Incluso se toman el lujo de llevar como teloneras a Abélard, dos pianistas francesas que interpretan como si se tratase de un gigantesco cocktail los temas más míticos de la banda. El pequeño escenario está situado en centro del público y nos cuesta un rato localizarlo, mientras miles de personas corean los estribillos y caldean el ambiente.
A mi no me gustan los conciertos en grada. En este tiempo creo que es el tercero que veo así, y siempre salgo con la sensación de haber visto un DVD de lejos. No me llega. Bueno, hasta ayer. Ver a Rammstein en esta postura es una experiencia, como ver una batalla desde lo alto de una loma. Un espectáculo tan gigantesco que no cabe en la retina, y con cierta distancia llegas a apreciar casi en su totalidad, cómo cuando miras a un fiordo mientras te alejas de la costa en un Ferry.
Rammstein llegan en un gigantesco ascensor y son recibidos como héroes. Toda la estética de esta gira recuerda a Metropolis, ahora tienen pasta para hacer todo lo que imaginan, pero siguen siendo orgánicos; grandes ventiladores y paisajes desolados post industriales.
Hablaba con mis amigos que desde ahí abajo, la sensación del fuego es tan potente que te parece que estás abriendo la puerta de un horno, y de repente BOOM, el primer petardazo estalló con tal cantidad de humo que convirtió todo el estadio en un incendio. Hostia, el calor está ahí, incluso desde esta distancia.
Delante de nosotros una chica y su pareja se levantan y se ponen a bailar ya desde la segunda canción. Él, muy educado, se da la vuelta y me pregunta si nos molesta. Le digo que no pasa nada, que si se sientan algún rato guay, pero que así son los conciertos. Entonces ella comienza a increparme que ha venido de fiesta y que que cada uno disfruta como quiere y no se qué. Allí la dejo discutiendo sola, nos largamos a la escalera y la verdad es que pillamos un sitio mucho más guapo en el que pudimos bailar de pie sin incordiar a nadie. Movidas de macroconcierto.
Nos sigue costando un poco llamar clásicos a los grupos con los que hemos crecido, pero después de tres décadas de carrera no se me ocurre otro nombre que ponerle a lo vivido. Con AC/DC tienes la campana, el duck walk, los cañones… con Maiden Scream for Me, la bandera del Trooper, la máscara del Powerslave… son como muescas en el cañón que se van sumando a los shows gira tras gira y que convierten los eventos en una gran colección de imágenes indispensables. Rammstein están ya ahí; el arco lanzallamas, la barca navegando entre el público, la pantomima vaudeville del cocinero canibal de Rotenburgo, el cañón que eyacula espuma sobre las primeras filas, o la remezcla Kraftwerk de Deutchland. Hay un momento sublime en el que todo se queda en silencio y decenas de miles de personas dicen Du Hast a la vez; se te eriza el pelo y entiendes lo jodidamente grande que es el METAL y que nadie como Rammstein ha conseguido llevar al escenario su épica. Que fortuna haber coincidido con ellos en este fragmento de la historia.