Siempre es complicado seleccionar un álbum de entre toda la discografía de un artista y con ello querer resumir todo su trabajo a una sola obra, y más cuando tienen una amplia trayectoria. Si a eso añadimos que se lo encargas a un fan incondicional que a cada disco lo asocia con algún suceso de su propia vida la cosa se complica. Nos decidimos por este álbum, si nos hubiesen preguntado otro día, tal vez hubiésemos optado por otro.
Vamos a contemporizar un poco: Corrían años revueltos, para 1977 no quedaba del movimiento hippy ni rastro, ya no se quería saber nada del rock sinfónico/psicodélico/progresivo, los grandes dinosaurios agonizaban, la gente no se había recuperado aún de la muerte de Jimi Hendrix y Janis Joplin y seguía el goteo año a año con Jim Morrison, Gene Vincent, Gram Parsons, Keith Moon, Duane Allman, Mama Cass, Keith Relf, Marc Bolan… y con ellos caían hojas del árbol del que florecía la música que se oía hasta entonces. La traca final vino con la muerte de Elvis y el accidente de Lynyrd Skynyrd. Tocaban vientos de cambio, de revolución, de renacimiento o de resurrección. Nace la música disco endulzando el ambiente, la new wave perfumándolo todo y el punk rock dando una patada a la ventana.
Rory Gallagher está componiendo las canciones para “Torch”, su séptimo álbum en solitario. Aún no ha conseguido despertar interés masivo en EEUU y Chrysalis, su compañía discográfica, le recomienda unos estudios en California y un productor afamado con el fin de orientar su música a la oreja gringa. Elliot Mazer había trabajado con Neil Young, The Band, Bob Dylan, Linda Rondstadt, Janis Joplin, Richie Havens… valor seguro.
La grabación se eterniza: graban, arreglan, regraban, adornan y mezclan el disco. Y cuando los primeros vinilos ya salen de plancha Rory Gallagher se planta. No estaba contento. Esa no era su música, la que quiere llevar al directo. Porque el irlandés es un monstruo de escenario. No le gusta grabar, su vida está en la carretera, y si graba, es para atraer al público a las salas en las que toque. No le gusta la música enlatada, no quiere ser un single de las radiofórmulas. Y así, de esa forma, en un solo movimiento, reniega del disco, del estudio de grabación, despide al productor, al teclista y al batería. Sólo se salvó el bajista. Los directivos de la Chrysalis asombrados, con las manos en la cabeza, ven cómo en un suspiro se les han ido unos ahorrillos en California.
Donal, el mánager y hermano menor de Rory, cuenta la historia en la película “Ghost Blues”. “Este era el más importante, el disco que iba a recibir el tratamiento real en la discográfica. El día que masterizamos el vinilo, entré en la habitación de Rory y dije: ‘Bien, se lo presentaré a la compañía discográfica’. Habían traído a unos cincuenta ejecutivos de todos los Estados Unidos. Rory tomó el álbum y lo arrojó a la basura”. Donal le suplicó a su hermano, pero Rory no cedió. Uno sólo puede imaginar cómo se sintió el joven y cómo fue recibido cuando dio la noticia a los trajes de Chrysalis que esperaban. Ese tampoco fue el final de los problemas del día. Rory se fue al cine a ver “Renaldo y Clara”, una rara y aburrida película de Bob Dylan, y luego se rompió el pulgar con la puerta del taxi que lo dejó de regreso en el hotel.
Comentaba Donal, que tras seis largos meses de gira en Japón, volaron directamente a San Francisco y fueron directos al estudio, sin tomarse un merecido descanso, y eso produjo su parada en seco. También se dice que ver el caótico show de los Sex Pistols en Winterland Ballroom pudo influir en su decisión de desechar lo grabado, viendo la tendencia de los tiempos “¡No estaba seguro si, musicalmente, fue uno de los peores conciertos que había visto o uno de los más emocionantes!”. La humilde opinión del que escribe no se queda con ninguna de las dos: el guitarrísta irlandés había pasado ya por una situación similar a finales de los 60s, cuando la Polydor quiso enfocar su música en singles que pudieran hacerles dar a su banda en aquellos momentos, Taste, el salto a la fama internacional. Y él se negó en rotundo. Rory siempre tuvo claro que nadie debía dirigir el camino de su música. Y en San Francisco debió volver a sentir esa sensación de ver la sombra de unas manos sobre él intentando convertirlo en una marioneta de la industria.
Dicho y hecho: Rory Gallagher elige unos estudios independientes en una casa de un pueblo apartado de Alemania, los Dierks Studios, propiedad del productor Dieter Dierks. Este alemán fue uno de los pocos valientes que se había atrevido a grabar a las bandas de krautrock y sus sonidos tan ásperos por momentos, y que había experimentado satisfactoriamente con un proyecto llamado Scorpions. Bajo los medios técnicos de este señor y su maestría se puso la banda, aún así, las riendas las siguió llevando Rory Gallagher con Alan O´Duffy. El resultado nos revela que Gallagher acertó al sustituir al que una vez fuera productor del Trio Los Panchos por el que luego sería responsable de los trabajos de Accept, Dokken o Twisted Sister.
El de Cork remangó su mítica camisa a cuadros y se puso de nuevo manos a la obra. Escribió nuevas canciones y recompuso algunas de las ya existentes, dándolas el aire y la gracia que merecen. Además buscó a alguien nuevo a la batería, eligiendo a Ted McKenna, un contundente percusionista que me recuerda en estilo a Cozy Powell y que, por paradojas de la vida -o no-, sustituyó a éste más tarde en la banda de Michael Schenker. Con Ted a las baquetas cumplieron unas fechas pendientes por Europa y en apenas unas semanas se encerraron en los estudios. En dos semanas ya estaba listo el nuevo álbum.
Ahora como trío, las cosas fluían con facilidad, las sesiones transcurrieron sin problemas. Todas las canciones fueron registradas en directo y no necesitaron muchas grabaciones adicionales.
Ted McKenna recordaba que hizo muchas tomas y luego Rory seleccionó la que pensaba que resultaba mágica para cada tema. Interesante. Para las sesiones, Rory usó su legendaria Fender Stratocaster 61, una Telecaster Deluxe ’76, Yamaha SX800B, una mandolina Martin de 1921 y amplificadores que incluyen un Fender Tweed Bassman, un Vox AC30, un Magnatone y un combo Marshall 2×12.
Hoy “Photo-Finish” se encuentra entre uno de los mejores álbumes de Rory Gallagher. “Shadow Play” se ha convertido tal vez en una de las cinco canciones más famosas del irlandés. El disco contiene de principio a fin píldoras que alguna vez en su vida ha de poner en su tratamiento el rockero que se precie de serlo. Un “Shin Kicker” para el desayuno y un “The Last of the Independants” para entrar a la ducha y practicar air guitar. “Overnight Bag” antes de dormir y “Cloak and Dagger” no debe faltar en el colacao de sus hijos para que no les crezcan nebulossas.
Había fechas y plazos que cumplir. “Como estaba muy presionado para lograrlo en tiempo récord, Rory lo acuñó “Photo-Finish”, como en las carreras de caballos”, ha comentado Donal.
Los temores del sello se disiparon cuando el álbum fue lanzado el 1 de octubre de 1978, recibiendo maravillosas críticas al instante.
1 de Octubre de 1978
Chrysalis (Ahora Buddha Records)
RORY GALLAGHER: GUITARRA, MANDOLINA, ARMÓNICA Y VOZ
TED McKENNA: BATERIA
GERRY McAVOY: BAJO
SHIN KICKER
BRUTE FORCE & IGNORANCE
CRUISE ON OUT
CLOAK & DAGGER
OVERNIGHT BAG
SHADOW PLAY
THE MISSISSIPPI SHEIKS
THE LAST OF THE INDEPENDANTS
FUEL TO THE FIRE
Extras del CD editado en 1998 por Capo/BMG
Bonus: EARLY WARNING
Bonus: JUKE BOX ANNIE
Texto: Ignacio Fdez. Campuzano – www.rorygallagher.es –