Es raro como pasa el tiempo; por un lado pienso que hace ya dos años del último concierto de Santero y los Muchachos en Santander. Aquél sucedió en Tabacalera, en acústico, de sentados, con las mascarillas. Por otro lado dos años no son nada, y todo aquello parece de otra vida que ya dejamos atrás. Pocas bandas como Santero y Los Muchachos despiertan la urgencia por beber cerveza, y esta vez sí, se celebró como se debe. Estamos vivos, lo pasamos bien.
Son las siete y media de la tarde. Noviembre, ya es de noche. Una pareja en la cola comenta que no son horas para ver conciertos. Me río y discrepo. Hoy había muchas cosas que nos gustaban, pero este horario temprano nos ha permitido hacer los malabares, dejar a los niños con su abuela, ver un concierto y volver a casa para la hora de acostarles. Se que las discotecas no están pensando en eso cuando colocan los horarios, pero a nosotros nos salva el culo, así que gracias por ser puntuales.
A la Pulquería, reconozco, nunca les hice demasiado caso. A Santero nos enganchamos gracias a Igor del TBO. Incendiaron el Black Bird y nos recomendó con fervor religioso que no les dejásemos pasar a su regreso. La conexión fue inmediata, tienen algo de trágico, de apurar cada minuto de vida sin perder de vista a la muerte. La felicidad ¿Qué es eso? Existen los días felices.
La solvencia de esta gente sobre el escenario estremece. Haberles visto en dos formatos distintos nos deja claro que sus canciones se sostienen a puro huevo y sin artificios. A esta gente te les encuentras en una playa con tres guitarras acústicas y te dan el mismo bolazo. Todo es cristalino, y tienen un control sobre la dinámica y la armonía vocal que asusta. Las canciones son disparos al corazón. Una mirada directa a los ojos, como se hablan los amigos en los días de resaca.
Ver a Santero en la Summun es un lujo impagable. Uno de esos regalos que a veces te da la vida. Ser consciente de que estamos a una carambola del destino para que en vez de ser 100 seamos 10.000 y ya no podamos saludarles en el puesto de merchandising. Labran su camino a cada paso, estrechando las manos, saludando por el nombre, cada visita de Santero y los Muchachos es un reencuentro de amigos.