Tras quince años de esforzada carrera, contra viento y marea, y contra los elementos que se cruzan en el camino, la banda madrileña SKUNK D.F encuentra su particular Jardín del Edén. Un CRISOL llamado equilibrio, un arco iris donde se refleja la madurez musical del grupo. Dentro del rock’n’roll que se hace por estos pagos, ellos se aplican el viejo y sabio aforismo: “Los chavales hacen Metal y los hombres hacen Rock”. Está claro, no hay que dar más explicaciones.
Todos los amantes de esta bendita locura que es rock’n’roll -un Sueño Polar que nos atrapa y redime de los pecados cotidianos- somos conscientes del valor que el arte imprime a nuestras vidas. Un oasis en medio del desierto, una maravillosa liberación, dulce castigo, cinco minutos que pudieron más que veinte años de educación gris y silenciosa, sonidos que conservamos en las neuronas y encienden los ánimos para seguir adelante, por mucha crisis o corrupción que haya, o torcidas que se pongan las cosas. SKUNK D.F salen de la caverna en la que últimamente se ha convertido el metal y rubrican un disco abierto, luminoso, apetecible para todos los públicos, sin renunciar a un sonido propio, ese nervio que desde Judas Priest a Black Sabbath (a la postre los inventores del Heavy Metal como estilo diferenciado del Hard Rock), desde Ozzy Osbourne a Rainbow, o si damos el gran salto en el tiempo, desde Depeche Mode a Faith No More, de Nine Inch Nails a Rammstein, arrastra un torrente de pasión, ímpetu indomable que demuestra una verdad mil veces repetida: que el sonido es vida, la vida es actitud, la actitud es la esencia del ROCK, escrito así, con mayúsculas. Influencias que SKUNK D.F metabolizan hasta llegar a un verdadero CRISOL de rabiosas sonoridades, con Alberto Seara y su varita mágica -sabiduría acreditada en los controles- manejando un mar embravecido de cuerdas y arreglos orquestales.
Alegórico, místico, metafórico, SKUNK D.F, rubrican su particular Jardín de las Delicias, un canto universal acerca de la necesidad de la búsqueda de la belleza y el placer, algo que ya expresaban con rotundidad en sus anteriores Neo y El Año del Dragón, aquí se amplifica, el sonido se hace transparente y más sutil, siguiendo el guión marcado de tesis, antítesis y síntesis. Un esquema clásico y una evolución sonora en tres actos: adolescencia, juventud y madurez se dan cita. Las palabras precisas, los planteamientos existenciales, las dudas vitales que todos albergamos aquí se redondean, imprimiendo mayor significado al grito Carpe Diem, vive el presente y disfruta de la vida, cuyos designios se nos escapan como gotas de agua entre los dedos, como la arena del desierto que quisiéramos atrapar en el “Adiós” y conservar ese mágico instante para siempre.
La dualidad del alma humana en once cortes que no dejarán al público indiferente. Amor y Odio. El laberinto de los deseos “En noches como esta”, un “Decreto ley” que expresa el sentir del libre albedrío: ‘El pensamiento individual supone una amenaza, supongo que no doy el perfil. Nadie quiere ver ni aceptar, yo quiero ser y no padecer, “Invisible” ante tanta mediocridad disfrazada de oportunismo. Carlos Escobedo, Savia nueva para el rock’n’roll, pone su granito de arena en un álbum que prioriza el valor de la diversidad y conduce con pulso certero Xavi Igual, que junto a David Ramos cabalgan feroces a lomos de seis cuerdas pura sangre. Germán canta como nunca y la base rítmica, trepidante, de Pepe Arriols al bajo y Edu Brenes a la batería, late con fuerza en el interior. Poco más que añadir a este CRISOL, distrito federal de la música hecha con rabia e intención.