Tengo una amiga que es muy fan del gospel, el soul y todas esas cosas, y cuando nos enteramos de este concierto compramos entradas y reservamos cena para cuatro en un restaurante hindú. Tengo que reconocer que me quedé bastante chafado cuando Noah Histeria escogieron el mismo día para venir al Black Bird, pero aunque ir al gospel nos acerca un poquito más a Dios, aun no podemos bilocarnos, así que con cierta dosis de resignación cristiana nos acercamos al Palacio de Festivales.
El South Carolina Gospel Chorale estaba formado en esta ocasión por ocho cantantes, seis mujeres y dos hombres, un organista cantante, un teclista, un bajista y un batería, seleccionados de entre varias iglesias de Charleston, aunque según he leído por ahí la formación varía en las distintas giras. Alguien me contó que en otras ocasiones llevaban guitarra eléctrica, y tal vez me condicionó, porque si que noté ese hueco durante el concierto, y eso que el hammond y el teclado lo cubrieron con buena pericia. La base rítmica, aunque en segundo plano era una barbaridad, tanto que en alguna canción me tuve que obligar a volver a concentrarme en las voces porque se me quedaba la baba colgando viendo a esos dos animales.
Vocalmente me pareció una maravilla, claro. No solo la entonación y las armonías, sino sobre todo la fuerza y en entusiasmo con el que cantan. Tal, que cuando salieron entre el público y le ponían el micrófono a la gente no se escuchaba nada, supongo que la rosca de volumen estaba demasiado bajita para la voz de los blancos. Hubo un par de momentos realmente memorables, sobre todo por parte de las chicas. Si aquí las misas fuesen así a lo mejor íbamos algún domingo.
Lo peor, desde mi punto de vista, fue la elección del repertorio, que aunque comenzó de manera muy interesante, con algunos temas no tan evidentes, enseguida se fue a los palos mayores y tiró de super éxitos. Aun así siempre es un gusto escuchar temazos de Ray Charles, Harry Belafonte, Ben E. King, o Aretha Franklin… pero luego ya cruzaron las líneas rojas para ofrecer un popurri de villancicos mezclado con el We’re the world, que me sacó del concierto. Recuperaron tono con los inevitables Oh Happy Day, y When the Saints Go Marching in.
Como curiosidad diré que se les veía emocionados con el transcurso de la noche, hasta el punto que uno de ellos se pasó media actuación móvil en mano grabando al público. Tras el concierto se acercaron al hall del palacio para hacerse fotos con quien quiso acercarse a comprarles un disco.
Para mi fue una noche divertida y un poco distinta de otras cosas que solemos ver, aunque, como decía alguna vez Antonio Gasset en Días de cine, al final, lo mejor del concierto fue la compañía.
Texto y fotos Oskar Sánchez
Vídeo Lur