Sería el año 2000. Podría también comprobar la fecha en la entrada del concierto, pero los recuerdos son mejores cuando se cuentan de memoria. Además me da pereza buscar el álbum. Dream Theater nos acababa de romper la cabeza con Metropolis II. En el autobús del New todo el mundo iba dispuesto a una noche memorable. Los teloneros no los conocíamos. Quedaban cinco años para que saliese Youtube y probablemente ni siquiera teníamos instalado el Napster en casa. Completamente a ciegas y con afán de explorador entramos a verles, muchos se quedaron bebiendo en la puerta y estarían tirándose de los pelos durante muchos años posteriores. Había un oriental loco tocando el teclado y Mike Portnoy salió a tocar un tema con ellos a la batería. Me gustaría contarte que flipamos con lo que vimos, pero lo cierto es que no nos sabíamos ninguna canción y estábamos esperando al evento de la noche. Eso sí, nos llevamos el nombre apuntado y a la vuelta empezamos a investigar. V resultó ser un disco magnífico y un par de años después ya estaban todas las orejas pinadas para recibir la obra maestra que le sucedió.
Snow resultó ser mayusculo. Aun no eramos del todo conscientes de la genialidad creativa de Neal Morse, aunque nos quedaría meridianamente clara a partir de ese momento, cuando tras su ruptura con Spock’s Beard publicó los dos Testimony. Vista en retrospectiva, la formación encargada de ese disco Morse & Morse, Okumoto, Meros y D’Vigilio parece un dream team, un Flying Colors hacia atrás en el tiempo, talentos juntados para hacer grandes cosas. Lástima que se separasen, o no, porque cada uno por su lado nos han seguido dando alegrías magníficas.
Al grano. Resulta que está Neal Morse un día cerca de Los Ángeles y le rodea una voz venida del cielo que le pregunta que qué está haciendo con su vida. Del susto se cae del caballo, pero la voz le dice que se levante del suelo, entre al estudio y grabe un disco doble. O unos cuantos.
La conversión al cristianismo le vino en realidad por una toma de conciencia relativa a una grave enfermedad de corazón de su hija Jayda que requería una operación a corazón abierto, parece que en su desesperación decidió organizar una sesión de oración con su mujer y la niña se recuperó milagrosamente. La relación de Neal Morse con la religión es importante no sólo para entender por qué Neal Morse se replantea su vida y los vicios del Rock and Roll, si no para compreder también la metáfora que esconde la historia del Albino que recibe la llamada de un Mesias y se convierte en una especie de sanador, que primero malinterpreta las señales divinas pero luego consigue redimirse.
Atentos al dato, el disco ya estaba casi grabado, Neal Morse decide rehacer el concepto, terminan la regrabación el diez de septiembre de 2001, y cuando van a volar de vuelta les cierran el aeropuerto por la crisis del 11S. Vuelven en coche escuchando las noticias en la radio y Bob Dylan canta God Bless America desde el congreso. Se pasan los siguientes meses puliendolo hasta dejale tan perfecto como le conocemos.
En medio de toda esa bola en sus vidas está Snow. Después Neal decidiría dejar de hablar en acertijos y apostar de frente por sus ideales y sus creencias, convirtiendo su música en gospel progresivo, una herramienta para poner voz a la palabra de su dios. Bien es cierto que también empezó a formar parte de Transatlantic con un concepto más genérico, pero no se vió capaz de seguir al frente de Spock’s Beard sin hablar a las claras de lo que más le importaba en ese momento.
El trabajo es magistral, sin duda la obra cumbre de Spock’s Beard como banda y la que sentaría las bases de gran parte la obra posterior de Neal Morse en solitario. Planteado como una sinfonía clásica en la que los temas musicales entran y salen de las composiciones vertebrando la obra y cosiendo cada tema de manera irrompible, en la tradición del mejor progresivo de los totems clásicos, Genesis, The Who, Pink Floyd, o The Beatles pero aportando una cantidad enorme de grandes canciones y recursos (a capellas, solos demenciales de teclado, riffazos de guitarra, solidez rítmica incluso en las partes más amalgamadas) que consiguen elevar a este disco a la al olimpo de los imprescindibles.
El disco es tan inabarcable que veinte años y centenares de escuchas después aún le seguimos sacando nuevo jugo. La complicada balanza entre su complejidad y la efectividad de los ganchos del pop se inclina sorprendentemente hacia a ambos lados. Tiene tantas capas que no deja de sorprender lo suave que consigue llegar al cerebro reptil.
Se ha convertido en clásico sin que nos demos cuenta. Ya entonces, decían que la música estaba muerta, y todo era copia de copia, pero sólo faltaban años para poder mirar con perspectiva. Ojalá los más jóvenes sean capaces de mantener su legado y admirarlo con el respeto con el que nosotros admiramos a sus predecesores.