Me gustaría empezar esta crónica retrocediendo hasta noviembre de 1988. Mi primer concierto “de verdad” en el añorado Velódromo de Anoeta. Con un amigo fui a ver a David Lee Roth (ex Van Halen) presentando su segundo disco en solitario. Con él a la guitarra Steve Vai y, aunque ya le había escuchado, verle en directo fue para mí como encontrar mi particular piedra de Rosetta, lo que implica que no soy en absoluto imparcial en la reseña.
El sábado 1 de abril en la sala Santana 27 presentaba su último disco “Inviolate”, y nunca mejor dicho, ya que hasta cinco canciones de este albúm fueron tocadas a lo largo de las casi las 2 horas y media que estuvo en el escenario. Un repertorio en el que no faltan cañonazos del calibre de “Bad Horsie”, temas más lentos como “Tender Surrender” y la hipnóptica “Whispering a Prayer”, y las correspondientes exhibiciones técnicas de cada músico que le acompaña. Con un sonido espectacular, llegó el momento de presentar a la audiencia su particular hidra, una guitarra de tres mástiles: guitarra de 12 cuerdas, guitarra de 7 cuerdas y bajo, y asombrarnos con la fantástica “Teeth of the hydra”, tema con el que abre el último disco. Ver y escuchar el manejo del monstruo por parte de Steve Vai es uno de los momentos más alucinantes que he visto en un escenario.
Continuó con “Zeus in chains”, otro magnífico tema de “Inviolate”. Y para finalizar, dos temas de su LP más existoso “Passion & Warfare”: “Liberty” y la archifamosa balada in crescendo “For the love of God” con la colaboración de su técnico de monitores, Dani G. (Last Days of Eden…) que dio un toque diferente, aunque yo prefiero la canción original. Cerró el concierto con “Fire Garden Suite”, otro temazo en el que llegó a bajar del escenario para estar tocando con el público.
Cuando hablas de discos instrumentales de guitarristas, mucha gente se aparta como de una cerveza caliente. A Steve Vai no se le puede catalogar como el típico GuitarHero comeescalas que tanto abunda. Es evidente que tiene una técnica asombrosa, pero el plus es su dominio del escenario, la capacidad de fascinar al público con su carisma y su espectacular manejo de las seis cuerdas (bueno, él siete).
Texto: Carlos Pérez.
Fotos: Sonia Toledano.