La historia del arte se ha encargado de dibujar dos arquetipos inmutables, de un lado está la madre amantísima, la santa sin mácula, la purísima concepción, del otro la femme fatale, el súcubo, la vagina dentata, la bruja, la puta. Y ahí en medio, durante siglos, las mujeres reales, intentando vivir sin ser juzgadas.
Reconozco que no le había hecho caso a Zahara hasta que la señalaron los fachas, y nunca les estaré suficientemente agradecido por ello, porque creo sinceramente que es uno de los álbumes más interesantes de todo lo publicado en un año tan raro como 2021. He tenido tiempo para empaparme ligeramente de lo sucedido en sus dos décadas de carrera, y además de encontrarme con un montón de canciones preciosas me he vuelto a encontrar con la vieja historia de quien tuvo los pies en un sello multinacional y decidió dar un paso atrás, tomar el control y hacer las cosas desde la independencia, con el mimo y el cuidado que sólo puede poner quien está luchando por lo suyo.
Dice Zahara que cuando le presentó las canciones a Marti Perarnau IV (Mucho, productor del disco) la empujó a grabar diciéndole “Tienes que hacer este disco, porque este disco no se ha hecho antes”. Durante demasiado tiempo, demasiadas veces en el mundo del pop, en el mundo del cine, en el mundo de la literatura los personajes femeninos han sido dibujados por hombres. Un dibujo idealizado, respondiendo a los sueños y los deseos masculinos, un dibujo que ha sido replicado hasta parecer real. Puta sale de las vísceras de Zahara mujer, con todo el peso en la pierna de apoyo antes de mostrarse desnuda, incompleta y llena de cicatrices en público.
Escenario Santander, nueve de la noche. La cola aun asoma por la puerta. Pasaporte Covid y entradas virtuales. Hay gente que no consigue abrir el PDF cuando le toca y se hace eterno. El concierto pospuesto al final se va a celebrar. En esta situación tan extraña, llenar los pulmones, volver a expulsar el aire, escuchar música juntos, poder bailar, sonreir, tomar una cerveza es motivo de fiesta. La emoción está a flor de piel. Nos han dicho que estemos sentados, encogemos los hombros con incomprensión, se puede comprar y trabajar, pero no bailar, porque bailando te pica el virus.
Zahara luce un largo vestido rojo con la palabra PUTA escrita en la espalda. Todo el concierto, toda la gira, toda esta obra artística es una resemantización de la palabra, un cuestionamiento del insulto, una apropiación de la piedra, para con ella construir una pared.
Flanqueada por Marti Perarnau IV y Manuel Cabezalí (Havalina) el show es un prodigio de dinámica. Desde momentos íntimos a guitarra acústica y voz, pasando por trances electrónicos con elementos traídos del rock, Zahara pasea desde el dramatismo de la copla a la intensidad de las pistas de baile, mostrando una variedad de sentimientos que también se reflejan en el juego de luces, en las coreografías de baile y en los pequeños gestos de vestuario que nos permiten verla desde todos los prismas de su personalidad. Desprotegida, sensual, combativa, dañada, dulce, entera y rota.
A lo mejor hubo momentos en los que estuvimos encerrados en casa. A lo mejor hubo ratos en los que la vida se nos hizo demasiado pesada. A lo mejor hubo momentos en los que parecía que no podíamos seguir adelante, pero hoy estamos aquí, disfrutando, bailando y sonriendo, y eso es maravilloso.